by Carlos Fuentes @ElRojoyelBlanco
Hace 40 años, en 1974, cuando el Atleti jugó su primera final de Copa de Europa, uno era un niño chico. Quizás les sorprenda a Vds que uno haya sido alguna vez un niño chico, pero así fue durante unos años, precisamente aquellos. Uno, rubio, con el pelo a tazón y camiseta del Atleti puesta durante todo el verano, era demasiado chico para acordarse con precisión esa final aunque sí tiene recuerdos de ella. Los recuerdos son vagos, confusos y giran en torno a una televisión en blanco y negro en una habitación pequeña de una casa de la sierra de Madrid, lo que sugiere que aquél día de San Isidro era, como ahora, festivo. Los recuerdos no incluyen más que imágenes deshiladas, sueltas, fogonazos aquí y allá; también nombres, algunos confusos, uno muy claro, Gárate. De Gárate sí se hablaba en casa, aunque poco, y se siguió hablando durante unos años.
Con el tiempo, uno investigó sobre ese equipo al que el propio presidente bautizó como el Pupas, echando así sobre los hombros de un equipo de leyenda un mote molesto como los vecinos del lado Norte de la ciudad, irritante como los tertulianos deportivos, pesado como el plomo. El Atleti ha cargado con el Pupas desde entonces como el protagonista de Basket Case cargaba con su hermano maligno en un canasto, a disgusto a pesar de ser parte de la historia, a regañadientes a pesar de venir el apelativo del Presidente más importante del Club. Y eso que incluso una parte de la afición parece sentirse cómoda con la maldición patrocinada desde el palco, rebozada en una coartada histórica para así desatender la realidad terrible del club durante los años negros en los que la identidad estaba perdida en un denso bosque de manzanos y maniches. El Pupas, el maldito Pupas, ese mote desacertado para un equipo, el del 74, que pudo ser cualquier cosa menos un Pupas.
Al Atleti del 74 le entrenaba un argentino, el Toto Lorenzo. En él jugaban Reina, Pacheco y Rodri, Panadero Díaz, Ovejero y Cabrero, Heredia, Benegas y Capón, Alberto, Eusebio y Quique, Adelardo, Luis y Melo, Salcedo, Ufarte y Becerra, Irureta, Ayala y Gárate. Ni más ni menos, oiga, ni más ni menos.
Entre los nombres recién mencionados, algunos de los mejores jugadores de la historia del Atleti, varios ídolos de infancia del que suscribe y también de sus más próximos. Jugaba Reina, el portero de jersey verde que uno quiso ser aquél día que jugó de portero y que aún quiere ser Jorge Lera. Jugaba Panadero Díaz, en cuyo honor el que suscribe co-fundó una peña atlética en Bruselas que responde al combativo nombre de Frente de Liberación Panadero Díaz (con su correspondiente escisión disidente, como está mandado: el MLPD, Movimiento de Liberación Panadero Díaz – Frente 25 de Mayo, surgida tras el Doblete y la vuelta de la emigración). Jugó Ovejero, que años después echaría abajo una portería en Zaragoza de una embestida, y jugó Capón, con ese bigote que, junto al de Leal (con su vendaje), nos dio ganas de tener bigote cuando teníamos 7 años. Jugaron Alberto y Eusebio, cuyos nombres uno confundía de chico y no sabía quién era quién, y jugaba Adelardo, el jugador que más veces ha defendido nuestra camiseta, para muchos el emblema del Club durante muchos años. Jugó Ufarte, a quien el que suscribe dio la mano hace unos años y le invitó además a una botella de vino, escapándose luego del restaurante por vergüenza, para no recibir las gracias de un tipo al que siempre le estará uno agradecido. Jugó Becerra, que uno no sabe si se escribe con c o con z, que murió demasiado joven pocos años después, y jugó Irureta, siempre tan caballero con el Atleti, siempre recordando en sus años como entrenador todo lo que le enseñó el Club. Jugó Ayala, nuestro ídolo melenudo de niños, el Ratón, el más rápido, el más eléctrico, el dueño legítimo del nombre de cierto perro ratonero que cierto día en Albacete, desde la grada, saltó al campo durante un partido que el Atleti jugó allí – camiseta rojiblanca y el número 11 a la espalda – persiguiendo una bola hasta que fue reducido por la fuerza pública ante su negativa a abandonar el terreno de juego sin el balón en la boca. En ese equipo jugó Luis Aragonés, ese tipo único, enorme, el que volvió al Club para sacarlo de Segunda, el que dijo a un árbitro que no pisara el escudo, el que rompió la pizarra en el vestuario antes de la final de Copa; el tipo de más influencia en el fútbol español, el que vio lo que nadie veía y fue apartado de su obra de arte cuando más fácil era todo, nuestro referente, nuestro guía lleno de defectos y virtudes, nuestro espejo, el Atleti hecho tipo con patillas, cigarrillo y pelliza.
Y en ese equipo jugó Gárate. Gárate, el tipo que uno querría ser.
Nunca el Club ha hecho un homenaje a ese equipo maravilloso que llegó invicto a la final de Bruselas del 15 de Mayo del 74 para toparse con el mejor Bayern de Múnich de la historia, el equipo de Beckenbauer, Maier, Muller, Hoeness, Breitner y el maldito Schwarzenbeck, la columna vertebral del equipo que luego ganaría el Mundial para Alemania unos meses después. A ese equipo que fue superior a los alemanes durante el partido y se adelantó con un gol de falta de Luis Aragonés, celebrado antes de entrar por el propio Luis con un salto batracio para la historia. Ese equipo que vio cómo, ya en el descuento, el rival empataba gracias a un gol marcado por un jugador que nunca marcaba y perdía en la repetición del partido dos días después ante una plantilla mucho más física que se encontró con el regalo de un partido extra que no mereció y una copa que vive en Munich cuando debería vivir en Madrid.
Si alguien viendo esa alineación puede pensar en un equipo perdedor, que abandone el local. Si alguien piensa que ese grupo heterogéneo en el que convivían argentinos aguerridos y brasileños de juego floreado, extremeños recios, madrileños castizos, vascos de pedigree, asturianos de raza y un paraguayo orgulloso de llevar los colores de su equipo nacional no era un equipo de leyenda, que abandone la lectura, la ciudad, el país. Si algún insensato no ve en este grupo de melenudos, bigotudos, sobrios jugadores pelicortos y un gentleman de Eibar – en palabras de uno de los talentosos Olivares (no recuerdo cuál), “un equipo que eran los Beatles y los Rolling Stones a la vez” – el reflejo del propio Atleti todo, de su grada y de su historia, que llame a un especialista.
Nunca ha recibido ese equipo maravilloso el homenaje público que merece. Y, con 40 años de retraso, ya es hora, oiga, ya es hora.