¿A tragos, o a sorbitos?

 

Carlos J. Treviño Peinador

 

La vida hay quien la vive a tragos y quien se le bebe a sorbitos. A sorbos pausados y cautos, a sorbos reflexivos, calmados, tranquilos. Y no es que lo vea mal, no, a mí también me gusta el burbujeo en el paladar de un buen champagne francés, bebido siempre a sorbos.

Pero yo la vida solo sé bebérmela a tragos, y el de hace unos días en Lyon fue un trago largo, dulce como solo sabe un buen ron de caña a orillas del Caribe, con la humedad transpirándote la piel. Un trago intenso, cual vis-a-vis de condenado, que sabe bien que no ocurre todos los días. Un trago furioso, como se agitan los brazos del Cholo en la banda, como se cierran sus puños agarrando nada y soltándolo todo. Un trago, a fin de cuentas, repleto de sabor, con sabor a miel, miel balsámica que cicatriza las heridas siempre mejor que el vinagre.

El Atleti solo se puede tomar a tragos, como la vida, como mi vida, en vaso ancho, on the rocks, puro, quizás solo con unas gotitas de agua, con gotas de lluvia a orillas del rio. Sin mezclas, sin cítricos, ni botánicos que aderecen su sabor y lo vuelvan común, vulgar por ubicuo.

No son tragos, o sorbos, de silencio y soledad, oscuros y lúgubres, de los que duermen penas. Salen de una botella envejecida, mimada para ser compartida, la que espera en el estante a la ocasión especial, a los amig@s, al día adecuado y al sitio perfecto.

Por eso es tan intenso, porque nada más notarlo en la garganta sabes que será efímero, y nunca sabes cuándo llegará el siguiente trago. Y cuando lo terminas, cierras los ojos y te sientes pleno, te embriaga su poso en el paladar, que deja allí un regusto por meses, por años, a veces de por vida. Hasta que de repente, un día, llega otro trago, igual de profundo, igual de intenso…

¡Ojalá, no tarde mucho!