Allá ellos

 

At. Madrid 4 – AC Milan 1

 

140311-MilánSi ustedes hacen el gran esfuerzo visual de enfocar la vista en el escudo del Club Atlético de Madrid, observarán, para su asombro, que en el mismo aparece el Oso y el Madroño. Si además disponen de unos conocimientos básicos del común acervo cultural, podrán relacionar, fácilmente también, que ese es precisamente el emblema de la ciudad de Madrid, villa y corte de España, lo que hace indicar que el Club Atlético de Madrid es un equipo madrileño y español. Les digo esto, que puede parecer de Perogrullo, porque no es tan evidente si ustedes viven en esa bendita ciudad, viendo la televisión, escuchando la radio y leyendo los periódicos. Para entender lo que les digo, basta echar un vistazo a la portada de los dos principales diarios “deportivos” madrileños en el día en el que el Club Atlético de Madrid se jugaba su pase a cuartos de la Champions League (después de casi 20 años) y frente a un equipo histórico, de esos que dan lustre a cualquier estadio de fútbol, como el AC Milan. El diario MARCA, en su esforzada búsqueda por aumentar la felicidad de lo que han entendido que es su único cliente, dedicaba su primera página a las cuitas y dramas de un tal Messi. El diario AS, en esa lucha denodada por los mismo objetivos de su rival (que básicamente consisten en obtener respuestas reflejas tipo Pavlov en lo que quede de cerebro en su cliente de referencia),  iba un paso más allá en ese paseo por las cloacas más inmundas de la manipulación y las artes de la desestabilización que normalmente practica. Los aficionados al Atlético de Madrid estamos acostumbrados a estas alturas a vivir al margen del poder, a desconfiar de los vendedores de crecepelo y a sacar pecho viviendo en un mundo en el que al parecer molestamos. Hemos aprendido a sobrevivir entre zarzas y elementos hostiles. Hemos desarrollado una coraza natural para evitar que el desdén tóxico que nos rodea nos afecte, así como para conseguir que la escoria resbale de forma innocua por nuestra epidermis. Sólo puedo hablar por mí, evidentemente, pero tengo la sensación que toda esa pelota de mierda ya nos da igual. Nos hemos acostumbrado a sus formas de matón y su pestilente hedor así que podemos convivir con ello. Pero eso no quita para que los insultos sigan siendo insultos, las puñaladas sigan siendo puñaladas y que los dardos envenenados se claven de vez en cuando extendiendo su veneno. Tiene narices, pero también cierta lógica, que se me venga todo esto a la cabeza precisamente ahora, cuando acabamos de pasar por encima del AC Milan y colocarnos entre los 8 mejores equipos de Europa. Después de asistir a una preciosa fiesta del fútbol en directo y de disfrutar de un sentimiento y de una emoción que lamentable quedará reducida al fabuloso ostracismo de los que nos sentimos aficionados al Club Atlético de Madrid y tenemos la suerte de poder acceder al epicentro del fenómeno. Allá ellos. Los que manipulan los hilos y los que comen mentira. Los que pisan al que tengan que pisar con tal de seguir chupando y los que, incapaces de mirar más allá de la punta de su nariz, siguen pensado que lo que sale en los periódicos es verdad. Allá ellos. Yo en cualquier caso soy seguidor del Club Atlético de Madrid. Con todo lo que eso implica. Es más, lo seguiré siendo.
 
El partido amaneció precioso. Con un Vicente Calderón lleno, coloreado con furia de rojo y blanco, sonando a fútbol de élite y oliendo a fecha histórica. Un nutrido grupo de tifossi milanistas se apelotonaba en el fondo norte mientras otras tantos se mezclaban en la grada general. Cerca de mí podía ver a varios. Ello, lejos de suponer una amenaza o un inconveniente, como probablemente intuyan los periodistas profesionales que escriben sus crónicas desde la redacción al abrigo de la calefacción central, impregnaba todavía más el ambiente de fútbol. De puro fútbol, el de verdad. De fútbol en directo, que es el único que puede sentirse en la piel. El Atleti salió como un bisonte al campo. Presionando con furia, intenso y consciente de lo que había en juego. Raúl García era de la partida inicial en detrimento de Villa y Diego (mi opción favorita) en una decisión que no comparto pero que evidentemente respeto con toda el alma. Enseguida el partido se rompió por el marcador. Gabi robó el primer balón de los millones de balones que robaría después y se la pasó a Koke para que el canterano metiera el balón en el área y Diego Costa estirara su gadchetopierna, conectando con el esférico y metiéndolo en la red. 1-0. La cosa pintaba bien. La euforia se desató en una grada que adornaba la permanente sonrisa que tenemos desde que llegó Simeone con las banderas rojiblancas que alguien había dejado en nuestros asientos.
 
Entonces ocurrió el único borrón de la noche. El Atleti suele ser un equipo que lee muy bien los partidos, con gran capacidad para controlarlos y llevarlos al terreno que más le conviene. Especialmente cuando va por delante en el marcador. Esta vez no fue así. Si en esas circunstancias el equipo normalmente defiende fuera del área y se mantiene muy presionante en zona de tres cuartos, ahora se echaban unos metros más atrás, demasiado cerca del área y bajaban la intensidad. Para más Inri, cada robo de balón (siempre muy atrás) iba acompañado de una pelotazo sin criterio que provocaba que el Milan siguiese en campo colchonero perfectamente colocado. Esa forma de actuar supuso una invitación al rival para que se sumara al partido y el Milan, que es el Milan, lo hizo. Se adueñó del balón, se plantó en la frontal del área, empezó a jugar y empató el partido. Lo hizo Kaká, de cabeza, con un balón colgado a la espalda de Juanfrán, que es uno de los puntos más vulnerables del equipo. Los gritos de los aficionados italianos empastaban con cierto runrún que flotaba en el ambiente y que invocaba a los fantasmas del pasado. El Atleti sacó de centro tratando de animarse pero parecía aturdido. Los de Seedorf lo vieron, sus aficionados también, entendiendo que su oportunidad de remontada pasaba por ahí y ahí estuvieron durante varios minutos. Hasta que llegó el elegido, el grande, el genial Arda Turan. El único capaz de salirse del guión castrense de Simeone con una sonrisa y el aplauso enfervorecido de su propio entrenador. El turco, que cuajó un buen partido, disparó desde la frontal del área un balón que rebotó en la pierna de un rival para colarse en la portería de Abbiatti poco antes del descanso.
 
La segunda parte fue ya otra cosa. El Atleti volvió a su guión habitual y ahora sí controló el partido como sabe. Asfixiando la salida del rival, compactándose en el repliegue y llevando el balón hasta campo contrario para quedarse a jugar allí. En ese contexto brilló Diego Costa, que volvió a deslumbrar a toda Europa demostrando el inmenso jugador que es y brilló también Raúl García que si bien su labor es más bien discreta en casi todas las facetas del juego, a la hora de rematar es un auténtico killer. Casi mete por la escuadra un remate de chilena que de entrar hubiese abierto todos las televisiones del mundo (menos las españolas, evidentemente) pero  tiró de modestia sin necesidad de trascender para meter el tercero de cabeza, tras saque a balón parado marca de la casa. Pero si brillaron Costa y Arda y Raúl García, me van a permitir que yo me quede con nuestro capitán. Don Gabriel Fernández Arenas. Un líder dentro y fuera del campo. Una referencia para el colchonerismo. Un futbolista ejemplar, discreto y humilde. Un símbolo de entrega, superación y compromiso. Un orgullo para cualquiera que se considere no sólo del Atleti sino amante de este deporte. El capitán completó un partido soberbio (y lleva varios últimamente) iniciando la presión, tapando los errores de los compañeros, equilibrando el equipo en defensa y en ataque, robando, construyendo y hasta llegando a la portería rival. Grande Gabi. Muy Grande. La guinda al pastel la puso de nuevo Diego Costa en la enésima jugada de combinación desde que Diego Ribas había saltado al campo y que acabó con un derechazo al poste que besó finalmente la red. 4-1 al AC Milan en octavos de Champions League. Repitan la frase y piensen sobre ello.
 
¿Y ahora qué?, preguntarán. Pues lo que venga, opino yo. Llegados a este punto la complicaciones se multiplican y factores como la suerte o el momento exacto en el que tengas que jugar un partido son elementos clave que pueden definir el futuro. Quedarán 8 equipos, casi todos grandes monstruos económicos y alguna anomalía extraña que en principio podría parecer asumible. Qué sé yo. No me gusta jugar a adivinar el futuro así que no voy a empezar a hacerlo ahora. Lo único que tengo claro es que, venga lo que venga, lo tomaré como lo que es, como una fiesta. Como un éxito. Como un triunfo. Digan lo que digan los demás. Los otros. Allá ellos. 
 
 
Ennio Sotanaz  @Enniosotanaz