Decía Molière que la felicidad ininterrumpida aburre y que por eso tiene que tener alternativas. Nosotros, los colchoneros, entendemos perfectamente lo que una frase así quiere decir y por eso, por conocer como nadie las alternativas, por enfocar los ojos en los detalles de esta vida en los que la mayoría no se fija, por juntarnos cuando el gélido frío de los malos tiempos sopla más fuerte, pero también por subir hasta el punto más alto en el que nadie pueda estar cuando tenemos que hacerlo, estamos legitimados para hablar de felicidad. Tanto como el que más. La felicidad, señoras y señores, es esto. Y no me pidan que se lo explique con palabras porque no sé hacerlo. Dudo en realidad que alguien sepa. Miren el extraño brillo de mis pupilas, esa estúpida sonrisa que no se me descuelga de la cara, el color de mi estado de ánimo o revisen las llamadas de teléfono que he tenido desde que el árbitro pito el final del partido. Entonces tendrán una idea aproximada de lo que hablo. Pero seguramente no les haga falta porque están en el mismo lugar.
Era pesimista. No puedo negarlo. Esta estúpida sensación de derrota, tan impropia de un aficionado al Atlético de Madrid, se había instalado en mi cabeza. Con razón o sin ella pero eso ya no viene al caso. El jueves me levante con la misma sensación que había tenido durante las últimas semanas y la tranquilidad se aupaba sobre la solidez del que no espera nada bueno. Pero aquella misma noche asistí a un acto que Los 50 celebraban junto a otra asociación madridista y el contacto con la historia colchonera, con algunos de sus arietes intelectuales, con amigos, con hermanos, ….me revolvió el subconsciente. Salí con una sensación rara y me puse nervioso. Bajé por el centro de Madrid en coche y pasé por la Cibeles. Pude observar entonces como la fuente estaba totalmente rodeada y se me congeló el alma ante lo que podía ser eso 24 horas después. Enseguida pasé también por Neptuno y estaba igualmente protegida. Me tranquilicé también acordándome de las últimas celebraciones en esa magnífica y legendaria plaza madrileña. Sin darme cuenta levante entonces la vista hacia el Dios del mar y aunque parezca ridículo reconocerlo tuve la sensación, lo juro, de que la figura no sólo me devolvía la mirada con altiva seguridad sino que además lo hacía mostrando una sonrisa contenida. Y entonces si que la emoción me dio un respingo. Y empecé a pensar. Mira que si …._
El viernes amaneció gris y frío. Terrible día que no venía nada bien a mis nervios crecientes. Tampoco lo hacía el estar rodeado de personas que son indiferentes al fútbol o que son madridistas, algo que en la mayoría de ocasiones coincide. Y seguía poniéndome nervioso. Traté de ocupar mi tiempo haciendo cosas peregrinar para evitar la tentación de poner la radio, abrir algún periódico o acercarme a algo que tuviese que ver con el partido y lo conseguí hasta diez minutos antes de la hora de comienzo. Entonces me puse la misma ropa que usé en la final de la Europa League de Bucarest y me senté en el mismo sitio, con la misma gente, haciendo exactamente lo mismo. Y comenzó el partido.
El Atleti salió serio. Convencido. Tenso. Nervioso. Mejor que en otros derbis pero con insuficientes recursos como para conseguir lo que a todas luces, seamos sinceros, era muy complicado. El Madrid salió bastante bien al césped. Con una alienación muy ofensiva de centro del campo hacía arriba, pero con la extraña defensa que se anunciaba a lo largo de la semana. Se hizo dueño del partido, empezó a tocar el balón y todos empezaron a jugar en campo colchonero. Simeone tenía claro su plan. Desde el momento en el que se supo que jugaría la final de copa preparó la plantilla para llegar a la cita en las mejores condiciones físicas posibles. Sabía que la victoria, según su criterio, pasaba exclusivamente por un único sitio. El del poderío físico. El Cholo sabe, como todos, que la peor versión del Real Madrid, un equipo, por otro lado, saturado de recursos, es aquella que le obliga a llevar la iniciativa del partido y el balón. Obligarles a no jugar al contrataque. Por ello dejó claro desde el principio que el Atleti no iba a disputar esa faceta del juego. No era mala opción, si uno piensa lo que tienen uno y otro equipo, y de hecho había salido bien en Bucarest o Mónaco. Pero el problema era que el Atleti tenía esta vez una dosis adicional de nervios y que el balón apenas duraba unos segundos en sus pies, lo que provocaba que el Madrid fuese poco a poco cercando el área.
No es que fabricase un nutrido puñado de oportunidades pero la sensación de peligro estaba claramente decantada de parte merengue. Y llegó el gol. A balón parado, lo que en parte demuestra la falta de suficiencia emotiva y de temple entre los colchoneros. Esa alimaña, en el mejor sentido de la palabra, llamada Cristiano Ronaldo ganó la posición con insultante suficiencia, frente a un Godín que llega tarde, para que elevándose al cielo madrileño consiguiese cabecear a la red. Si la jugada hubiese sido al revés estoy convencido de que los “analistas” madridistas, es decir la prensa deportiva, hubiese hablado de falta en ataque. Para mí no lo fue. Cristiano Ronaldo, un jugador tan sumamente bueno como sumamente estúpido y engreído, gana la posición por poderío físico y capacidad. 1-0. La historia ya conocida. Los fantasmas de siempre empezaron entonces a darse la mano y bailar un sirtaki entre los aficionados colchoneros más agoreros.
Pero con el 1-0, afortunadamente para el Atleti, comenzó otro partido. Auspiciado por la necesidad de tener que ir, si o si, a remontar el partido y ayudado por el legendario pasito atrás que los entrenadores tipo Mourinho (o nuestro Simeone) hacen, el conjunto madrileño tuvo una sintomática y bendita catarsis. De repente se fueron los nervios, las dudas y ese pesadísimo complejo de inferioridad. Sin grandes alardes el equipo empezó a tener más el balón pero lo que es más importante, también bastante más presencia. El Madrid es el Madrid y Ozil lanzo un disparo al palo casi sin darnos cuenta pero poco a poco se empezó a equilibrar el ritmo y las sensaciones. Pasada la media hora los madridista veían que podía pasar algo en cualquier momento. Y pasó. Falcao recibió un balón en el centro del campo con su marcador en la espalda, pero el colombiano, con un gesto técnico prodigioso, se deshizo de los dos defensores que ya por entonces lo acosaban y lanzó un pase magnífico hacia la diagonal que le estaba tirando Diego Costa. El brasileño encaró a Diego López sin apenas tocar el balón y con la izquierda cruzó la pelota para empatar el marcador. Golazo. Había partido.
La segunda parte comenzó como si de un calco del inicio del partido se tratase. Los dos equipos adoptaron la posición que Simeone había diseñado para el encuentro pero ahora existía una diferencia en la fotografía. El Atlético de Madrid era ya otro equipo. Desacomplejado, sin nervios evidentes y desprovisto de ese miserable complejo de sentirse inferior, el Atleti miró al rival a los ojos. Por primera vez en 14 años. El Madrid dominaba pero el Atleti ahora si daba la sensación de salir con peligro. Y de hecho lo hizo varias veces como un pase al segundo palo que Filipe Luis empaló sin demasiada suerte. Es verdad, que el Madrid volvió a lanzar el balón al poste y que la siguiente jugada acabó con Juanfran sacando el balón de la línea de gol con su muslo, pero ese tipo de jugadas, aunque bien pudieron ser letales, eran puntuales y fruto de la calidad individual de alguien más que de otra cosa. Es más, en este caso, si se fijan en la repetición, en la jugada que lo inicia todo, un avance de Cristiano por el fondo, el balón había salido claramente.
Pasada la media hora, el fuelle merengue empezó a resentirse mientras el colchonero parecía reproducirse a partir de una mágica poción. El trabajo físico de Gabi, por ejemplo, fue algo brutal. Inconmensurable. Pero nuestro capitán es sólo la representación más clara de una presión asfixiante y letal, ejercida con precisión de relojero por parte todo el equipo. Las ayudas de Costa para defender a Cristiano o la brega de Arda Turan son otros datos destacables. En el caso del turco con más mérito todavía teniendo en cuenta el partido que hizo con el balón en los pies. Cuando Turan tiene el balón el Atleti es un equipo distinto. Es capaz de tenerla, cambiarla, moverla, subirla, bajarla, ….todo con elegancia y clase. Todo con criterio. Arda Turan es ahora mismo el jugador que más me gusta de mi equipo. Aun así el Madrid volvió a lanzar un tiro al poste por mediación de Benzema. En ese momento empecé a tener claro que era la noche. La nuestra.
Según se acercaba el final del partido llegó el miedo a perder de los dos equipos, lógico, pero también los malos modos que hasta entonces no habían aparecido. Unos banquillos encendidos acabaron con Mourinho expulsado. Probablemente sea injusto teniendo en cuenta que Simeone, igualmente excitado, siguió en el banquillo, pero me temo que en el caso del portugués, ahora que es el centro de un linchamiento mediático, llueve sobre mojado. La excitación se trasladó al césped, ya de forma definitiva, lo que afeo todavía más un partido que no estaba siendo un prodigio de belleza. Y así, entre patadas y recriminaciones, se llegó al final del partido. Prorroga.
En el tiempo de descanso pudimos ver como los que vestían de rojiblanco formaban una sólida piña desde que el árbitro pitó el final hasta que volvió a hacer sonar el silbato. Enfrente el Madrid se agrupaba sin referencias. Con enfado. Con cierta soberbia también. Aquello me pareció buena señal. La prorroga comenzó con un triple cambió madridista que les salió bien con varios desbordes de Di Maria y un remate de Higuain que Courtois, uno de los héroes de la noche, sacaba como acostumbra. El Madrid desesperaba pero más lo haría poco después cuando Koke metía un balón desde la banda derecha que Miranda, libre de marca, remataba a gol desde el primer palo. El gol es un calco de aquel de Pantic en Zaragoza que nos dio la novena Copa del Rey. Otra señal del destino. Eran demasiadas. Era nuestra noche. Por eso cuando ya en el tramo final el Madrid hizo una excelente jugada por la izquierda que cruzaba un balón al otro palo y Ozil llegaba solo para rematar a puerta supimos lo que iba a pasar. Que Courtois, tirando con corazón y alma sus más de dos metros encima del balón, haría la parada de su vida. Tenía que ser así. Una parada que da el título de campeón del Campeonato de España al Atlético de Madrid. El resto del partido transcurrió con el Atleti dejando pasar el tiempo y el Madrid perdiendo los papeles. Especialmente por parte de un sobreexcitado Cristiano Ronaldo que pateó la cara de Gabi ,frustrado por la enésima entrada que recibía.
Y el árbitro pitó el final. Y los colchoneros conocimos, otra vez, lo que es la felicidad. De hecho nunca hemos dejado de saberlo. Mientras los jugadores correteaban por el césped entre risas y lágrimas, la parroquia atlética se abrazaba física y metafísicamente. Unos en las gradas del Santiago Bernabéu, otros camino ya de Neptuno, otros a través del ciberespacio y todos a través del corazón. Ese corazón sufrido, ejercitado a prueba de bombas al que tanto aprecio tenemos. Todos sin necesidad de explicar nada. Un gesto, una mirada o una sonrisa eran suficiente. Nos conocemos. Somos el Atlético de Madrid. Siempre lo hemos sido. Si ayer lucíamos orgullosos nuestros colores hoy lo hacemos con mayor razón. Con esa razón que los partidarios de opciones más baratas y sencillas a veces no entienden. Hemos ganado como ganan los campeones. Con orgullo. Con ética. Con pasión. Como ese equipo grande que siempre hemos sido y seguiremos siendo. Pese a quién pese. Como el Club Atlético de Madrid.
¡Aúpa Atleti!
Ennio Sotanaz @Enniosotanaz