Cuando el veneno te pica, ya no hay antídoto. Mi primer partido en el Calderón

 

Carlos J. Treviño

 

Yo tomé la alternativa en el Calderón un tórrido domingo de julio del 82, eso sí, en horario taurino. ¿Domingo de julio?, ¿en el Calderón? Y si era en horario taurino, no pudo ser un concierto… Pues sí, yo tomé la alternativa en el Calderón una asfixiante tarde de Julio del 82 con el sol derritiendo el cemento del fondo norte, en la que los Tigana, Giresse, Rocheteu y Genghini, capitaneados por Platiní, abrasaron por completo a Irlanda del Norte por cuatro a uno. Una Irlanda del Norte a la que una España sin alma rojiblanca había sido incapaz de batir unos días atrás en Valencia. Aquella victoria llevó a Francia a semifinales del mundial y poco podría imaginar aquel día un exultante Platiní, que 35 años después el público del Calderón seguiría acordándose de él y coreando su nombre.

Pero aquel fue un debut afeitado, sin la bravura que dan las rayas rojiblancas. Tuve que esperar casi un lustro para confirmar alternativa en el mismo coso, un 10 de junio del 87, semifinal de Copa frente a todo un Miura, el Madrid de la Quinta y el manito centenario, embiste, presencia y mucho trapío. Y aquella sí fue una faena de trofeos, dos a cero, y a hacer el paseíllo a Zaragoza en la final frente a la Real, donde un Ramos Marco acobardado en tablas no dio ningún juego más allá de la cal. Aquella semifinal de Copa, fue también el debut de Iñako en el Calderón, y claro, describir yo mis sensaciones, intentar ligar unos pases, cuando el Maestro ya puso a la plaza en pie relatando aquel partido hace unos meses, sería merecedor del silencio del tendido, como mucho de aplausos dispersos de turistas despistados. Así que os contaré otra historia del Calderón, la de Natalia Treviño Mora.

Natalia no pisó el Calderón la primera vez que pisó el Calderón una luminosa tarde de otoño del 2002, iba en el vientre de su madre. No paró de moverse en todo el partido. Susana dice que era por el zumo de naranja, que siempre la inquietaba. Yo sé que no. Yo sé que sentía vibrar el cemento del Calderón, que levantaba los brazos de forma instintiva al celebrar los goles, que se agitaba con los cánticos del fondo sur, que abría los ojos siguiendo las cabalgadas del Niño, su Niño.

En Marzo nació, un miércoles, y el sábado vio en mis brazos como el Atleti ganaba en Mestalla con gol de Aguilera, bueno más bien ella vio poco y yo menos. Apenas unas semanas después, el día del Centenario por la mañana, quedó inscrita como socia.

Pero el gran día llegó apenas 29 meses después, a finales de agosto del 2005. “¡Natalia!, vamos a ir al Calderón a ver al Atleti” y Natalia cogió su osito del Atleti, Susana le puso un gorro y yo la bufandita rojiblanca que le había tejido nuestra amiga Cristina. Y padre, hija y osito, tomaron el sol en el anfiteatro sur del Calderón en un insulso empate a nada de inicios de temporada frente al Zaragoza. Aquel fue el primero, el primero de algunos después, el primero de casi todos más tarde, y el primero de todos ahora. Porque resulta complicado que Natalia se pierda una tarde de su Atleti en el Calderón.

Al principio llegaron las preguntas: “Papá, ¿Dónde está Indi?”, “Papá, ¿Por qué a Forlán le gritan urogallo?”, “Papá, ¿Qué es el fuera de juego?”. Y más tarde las respuestas “Jo, ¡qué partidazo está haciendo Saúl!”, “madre mía, como corre Gabi, ¡está en todos sitios!”, “¡has visto que balón le ha dado Koke al Niño (su niño)!

El Calderón se convirtió en su segunda casa, una casa descuidada y desvencijada, pero llena de pasión, de euforia. Quizás por ello, siente la rojiblanca como su propia piel. Una piel que no muda. Una piel lustrosa, luminosa y bronceada a golpe de rayos de triunfos del Atleti del Cholo. Una piel que cicatriza rápido las heridas de las derrotas más crueles. Quizás por eso, necesita ponerse la rojiblanca para estudiar, para entrenar a vóley, para ir a la playa, o simplemente para estar en casa, y si es tras una derrota, más aún, con más orgullo.

Y así fue al Calderón, y ese veneno se fue inoculando en sus venitas, y cuando eso ocurre, ¡ay, madre mía!, cuando eso ocurre, ya no hay antídoto. Y así seguirá yendo ahora al Metropolitano, como a ella le gusta, con su papá y con su hermana, de la mano.