by Víctor Hegelman
Tenía seis años. Recuerdo que un día llegó mi padre y me enseñó un papel. Ahí estaba el escudo del Atleti. El mismo que me encontraba cada mañana al salir de casa, en la Avenida del Manzanares. Ahí estaba el Calderón. Desde que nací. El edificio enorme vecino a mi casa.
Mi padre estaba contento. Mira Nino, me dijo. El domingo vamos al fútbol. Y yo sonreí sin saber exactamente a qué se refería, pues el fútbol de mayores era algo que para mí sólo se veía en la tele y en blanco y negro.
Desde bien pequeño había un sonido familiar en mi vida, al otro lado del río. Mi casa retumbaba cada vez que el Atleti metía un gol. Mira, ha marcado el Atleti, me decía mi madre mientras hacía punto. Cuando se oye más bajito, decía mi padre, es que han marcado los otros. Y cuando se oye mucho ruido, pero no dicen gol es que el árbitro la está armando.
Y yo sonreía. Estoy seguro. Porque yo era del Atleti, aunque con seis años no tuviese mucho conocimiento sobre lo que significaba. El Atleti…
Yo era de Ayala. Por encima de todos. Ayala, con su pinta de corsario, era lo más. Mi padre decía que Leivinha era una flecha, a lo que yo contestaba que Ayala era una bala, y de todos era sabido que las balas podían más que las flechas. Para mí Ayala era el mejor del mundo, al lado, eso sí, de Beckenbauer, un alemán del que todo el mundo hablaba y que además tenía nombre de espía. Y eso estaba bien.
Y llegó el domingo. Y recuerdo que hacía sol. La hemeroteca dice que fue el cinco de septiembre del setenta y seis. Y que jugaron Reina, Marcelino, Pereira, Eusebio, Capón, Leal, Robi, Alberto, Ayala, Leivinha y Rubén Cano. Recuerdo que íbamos tarde, como siempre, cruzando por el puente pequeño que cruzaba el Manzanares hasta el siguiente semáforo de la M-30 para salir a las taquillas del Fondo Sur. Y que nos sentamos justo en la Grada de ese fondo sobre uno de esos largos asientos planos de cemento. Cerca del pasillo. Y recuerdo que no había vallas y que se veía muy bien a Reina, que hubo un momento en que se subió las medias con parsimonia.
Recuerdo que me asusté un poco cuando todo el mundo se puso a gritar, pero como mi padre también se levantó y gritó decidí que debía ser algo normal. Lo que había pasado es que había marcado el Atleti. Al primer minuto de partido. Leivinha de cabeza tras un saque de córner. De eso sí me acuerdo. Y también se me quedó en la mente que un rato después Rubén Cano se quedó solo delante del portero y le marcó otro cruzando el balón. Todo en la misma portería. Al principio del partido.
Creo que luego hubo otro gol, pero lo anuló el árbitro. Puede que fuese del Alberto. O puede que no.
Más tarde me acuerdo de que pedí a mi padre que me comprase una bolsa de patatas fritas, pero no quiso porque eran muy caras, y a los niños de Carabanchel Bajo no se nos ocurría replicar a nuestro padre cuando nos decía que algo era caro. Recuerdo que había un niño vestido del Atleti al lado del campo, y yo tenía la falsa esperanza de que saltase al campo a jugar en algún momento. Por lo original del caso, no por otra cosa. Recuerdo estar pegado a mi padre, pues entre tanta gente no quería perderme. Eso me daba miedo. Recuerdo que había un señor con bigote delante de nosotros, con una gorra de tela calada hasta las orejas y con un escudo dibujado del Atleti bien grande. Y un niño con una bandera. Y recuerdo que la gente hablaba muy alto y decían muchas palabrotas.
Y el partido terminó con dos a cero a favor de ese Atleti grande en el que jugaba Ayala que, aunque Leivinha era una flecha, él era una bala, y todo el mundo sabía que las balas podían más que las flechas. Aunque bueno, tampoco me importaba tanto, pues si las balas y las flechas las tenía yo, ¿a quién importaba si unas podían más que otras?
Cuando volví a casa mi hermana me preguntó por las palabrotas. ¿Cuántas han dicho? Sabía mi hermana que en esos sitios, los estadios, el pecado estaba a la orden del día, y en aquellos tiempos el pecado no era una broma como ahora, que ni es pecado ni es nada. Han debido decir unas cincuenta palabrotas, mentí. Hala, contestó algo espantada. El fútbol es una caca, me dijo, más por fastidiar que por otra cosa. Porque mi hermana también era del Atleti y de Ayala, el mejor del mundo junto al espía Beckenbauer.
Meses después el Atleti ganó la Liga empatando en el Bernabéu. Pero, honestamente, de aquello me acuerdo menos.