At. Madrid 1 – RCD Español 0

En ese contexto sobreviven también tipos como Javier Aguirre, uno de esos entrenadores (no es el único) que conocedor de este complejo sistema, tira de inteligencia callejera para fundamentar su fútbol en una suerte de discreto elemento parásito, que con habilidad picaresca vive de los demás. Haciéndose fuerte en los márgenes del reglamento. Su fútbol, conocido muy bien por la ribera del Manzanares (desgraciadamente), vive detrás de las fuerzas motrices que mueven el sistema. Nunca sale a conseguir ningún objetivo concreto sino que, agazapado en la sombra, espera a roer cualquier cosa de valor que caiga en la batalla. Aguirre nunca sale a ganar un partido. Él sale a sobrevivir. A mantenerse agarrado al palo cuando sopla el viento. A esperar a que los otros pierdan. Las premisas son sencillas: total desprecio por el balón y prohibido construir. El equipo debe jugar muy junto y compacto para llevar a cabo su principal misión que consiste en asesinar al ritmo. Acabar con el fútbol y su despreciable necesidad de continuidad. Rompiendo las intenciones del rival. Preferiblemente siguiendo las propias reglas pero recurriendo a otras posibilidades si fuese menester. En ese caldo de cultivo, el jugador debe estar pendiente siempre del error del rival porque ahí está la clave y para lo que el equipo está entrenado. Aguirre gana sólo cuando los demás pierden. Una forma de entender el fútbol que, lejos de lo que alguno piensa, no es una cuestión de jugadores ni de presupuesto. Es filosofía de vida. Aguirre jugó de esa forma como un equipo formado por los mejores Maxi, Simao, Forlán y Agüero. Demoledor. El juego de Aguirre no funciona para intentar ganar títulos o éxitos en los que sólo puede quedar el mejor. Sirve exclusivamente para éxitos menores en los que no gana el mejor sino el menos malo. Y por cierto, para ese puñado de aficionados de simplificada mente y que sólo distingue entre jugar como el Barça o jugar al contrataque, cualquier parecido entre lo que hace Aguirre y lo que hace Simeone es mera coincidencia.
Por cosas como lo descrito anteriormente el partido contra el Español fue muy complicado. Los periquitos salieron con las premisas de su entrenador grabadas a fuego y con el nivel de intensidad suficiente como para no sentirse superados en esa faceta por su rival. Olvidándose del balón, depreciando la construcción de juego y rompiendo cualquier atisbo de circulación propia o ajena. Y es una pena porque creo que el Español tiene mejor plantilla de lo que su entrenador desearía. Lo demostró al final del partido, cuando liberado de las cerril armadura de Aguirre, el equipo decidió tratar de ganar el partido jugando. La primera parte fue sin embargo una coraza pétrea que rompía el ritmo de un Atleti bien plantado, con buenas ideas, con ganas y sentido que sin embargo se tropezaba con la rocosidad del rival. Bueno y con el árbitro, que siguiendo la consigna de las últimas semanas, volvió a ofrecer un gran ejemplo de cómo perjudicar claramente a un equipo sin que se note demasiado. Tarjetas que no aparecen y que provocan el juego al límite del rival, constantes rupturas del ritmo (también) que desquiciaban a los locales, diferencias de criterio, faltitas que no veo… pero claro, el Atleti juega y llega al área y Diego Costa puede fácilmente ser pateado dentro del área. No pasa nada. No se pita el penalti y punto. Total, ¿quién se va a enterar? Salvo estas «minucias» y un par de remates de cabeza de Villa, la primera parte acabó sin pena ni gloria.
La segunda parte apuntaba por los mismos derroteros pero tras diez minutos de “más de lo mismo” apareció la magia. Gran giro de Villa en zona de tres cuartos que consigue colocar un pase al hueco para Diego Costa que, aguantando las tarascadas e intentos de desequilibrio del rival, fue capaz de encarar la portería y marcar con la zurda. 1-0. En esa tesitura el Español se vio perdido. Incapaz de ir a por el partido, no sabía cómo atacar a un Atleti que, liberado de la necesidad de ir desaforadamente a por el partido, se dedicó a fijar las líneas y minimizar la necesidad de riesgo. Así que fueron pasando los minutos sin pena ni gloria y con muy poco que contar. Los de Aguirre tiraban desde 50 metros y el Atleti llegaba de vez en cuando en contrataques que no eran tales porque el Español rara vez atacaba con más de dos o tres efectivos. Aun así, Costa pudo marcar en una soberbia jugada personal en la que se fue de todos y falló delante de la portería por puro agotamiento. Sólo a falta de quince minutos el cuadro periquito decidió quitarse el corsé y jugar el balón en campo contrario. Fue cuando vimos que lo saben hacer. Metieron al Atleti en su área y consiguieron que los locales acabaran pidiendo la hora. Más cuando un brutal rodillazo de Cordoba a Courtois dejó KO al belga para aparecer completamente ido en las siguientes jugadas. Dando la sensación de que cualquier tiro de los catalanes sería imposible de atajar. No ocurrió así.
Tres nuevos puntos que dejan al Atleti en el mismo lugar en el que estaba. En lo más alto, a tres puntos de la cabeza en vísperas de un Madrid-Barça. No esperen encontrar esa lectura sin embargo en ningún medio de comunicación profesional. Faltan diez jornadas, es decir, estamos ese último tercio de liga del que siempre hablaba Don Luis Aragonés. Ya es oficial, la campaña del Atlético de Madrid, ocurra lo que ocurra, ha sido un éxito. Olvídense de lo que cuenta el telediario o esos señores tan ordinarios que ladran por las noches en la televisión. Piensen que a efectos mediáticos vivimos en Corea del Norte. Sólo existe una verdad y el pueblo hace bailes al unísono repitiendo lo que dice el elegido. El Atleti es ahora mismo un equipo respetado y admirado por los medios de comunicación de todo el mundo… menos los españoles. Echen un vistazo ahí fuera y verán que no les miento. Es reconfortante hacerlo.
Ennio Sotanaz @Enniosotanaz