Mientras Charlot andaba ganándose el pan, la Gimnástica de Madrid se lo quitaba a los Rojiblancos que por entonces sembraban en los campos de O’Donnell. El cine mudo también se inventó un poquito allí, entre las turbas athléticas de aquél día.
Mientras los hermanos Lumiere recogían los maravedíes y laureles del cinematógrafo, los hermanos Olaso se coronaban césares en el Campeonato Regional Centro. La hermandad de la sangre y la nieve, rayaba ya en positivo.
Mientras Buster Keaton lanzaba a todo blanco y negro un tren por los bosques de Oregón, Galatas abría el marcador contra el Nacional. Si se aprietan mucho los fotogramas y se pasan velozmente, puede contemplarse el arte del gol.
Mientras Sam la volvía a tocar en un garito de Casablanca, Riera metía la pierna en el campo de Vallecas. Porque le iban los barcos y la honra en ello. Y toda una saga de centrales embigotados que habrían de venir, y a los que era menester dar ejemplo.
Mientras el galán Butler fundía lo labios de la señorita Escarlata, el Athletic de Madrid y el Aviación se daban otro beso de aúpa por entre las tapias de la Ciudad Universitaria. Y allí anduvieron retozando, durante unos cuantos años.. . Y es que, el amor, da alas.
Mientras algunos repeinados morían con las botas puestas en Little Big Horn, un tal Aparicio y sus compadres levantaban la segunda Liga en Madrid. Don Ricardo: Zamora no se ganaría en una hora, pero usted sí que la ganó en dos. Réquiem por un sueño. Con bis.
Mientras Rita se deshacía de un guante de fino textil, otra seda empezaba a tejerse entre la vanguardia del Metropolitano. Y no eran de medias, señora. Ni de defensas; era de purita delantera. Fetén.
Mientras Ms. Gardner andaba entre un español y un holandés errante, míster H. H. se curraba un cuarto título de Liga en zapatillas de estar por casa. Por un puñado de dólares, el Fútbol empezaba a parir mercenarios a la altura de un tal Heston, de cuando hacía de Cid.
Mientras Burt se ganaba el Oscar en los USA, Collar y sus chicos se agenciaban el suyo por las Españas. En el mismo Chamartín, para que la película tuviera más brillo. Hubo alfombrita roja. Roja y blanca, por descontao.
Mientras Brando acongojaba a los ciudadanos honrados haciendo de Padrino, los mozos de un látigo apellidado Merkel se hacían con el séptimo título de Liga. Batiendo a otro séptimo, el de caballería.
Mientras Nicholson volaba sobre el nido del cuco, Irureta y Ayala lo hacían sobre cualquier independiente que sobrevolara el Manzanares. Campeón del Mundo, y tal. Y sin los pasillos de seguridad inventados aún, con una pareja de dos.
Mientras Garci pensaba en volver a empezar, un central con bigote ya ejercía de Gran Capitán abajo, en la pradera. O en el prau, que dirían aquellos astures del alto Molinón que se congregaron en esa tarde de luces, cámara y acción.
Cuando la claqueta chasqueó sobre sus dedos, la película continuó. A través de generaciones, entre rollos de 35 mm y cueros de a 70 cms. Ahí tienen su esperado filme. Sin «the end».
Cochise