Epitafio del Calderón

 

Luis Miguel Martínez @Randercreativo

 

Con el cierre del Vicente Calderón se baja el telón a algo más que un estadio: supone un portazo a casi un siglo menos un pico. Se echa el candado a un status vigente desde 1903 hasta 1992, con un breve paréntesis en el mandato de Luciano Urquijo, allá por los finales de los años 20 y su crisis internacional. Precisamente aquellos tiempos oscuros trajeron el alumbramiento de la versión original de Los 50. Ese status, esa forma de vida, era conocida como «club». Aún a día de hoy se sigue utilizando el término, aunque represente un contrasentido, pues un club supone un órgano democrático donde participan sus socios en el devenir del mismo. Y esto ya no se practica entre los del Atleti desde 1987, poco antes de que sufriera su transformación a SAD, entre traumática y fraudulenta. Así es que, aún a riesgo de ir contra los tiempos verbales de moda, se puede considerar que en la actualidad utilizar la acepción «Club Atlético de Madrid» es cómo decir «República Democrática de Arabia Saudí»: una absoluta perversión del lenguaje.

Con el derrumbe del Calderón, pagado por sus socios, se baja el telón, decíamos, a un modo de vida bajo el formato «club». Un desahucio que comenzó en plena Constitución, tutelando a advenedizos que irrumpieron fardando de cartera y que acabaron expropiando a aficionados de toda la vida la voz y el voto en sus propios clubes, degradándolos al modo «cliente».  En ocasiones, incluso en patente fraude de ley. El caso es que ya no hay voto en las SADs, sólo pervive en los clubes. O hablando con más propiedad, en algunos privilegiados. Las más, superestructuras económicas de marcado tinte político que oscilan entre centralismos, soberanismos y autonomismos históricos varios. El Estado las quiso preservar de la bacanal de mesías y jeques peninsulares varios que sortearon entre la plebe. Siguen ahí, jugando en la misma competición; son los patricios del Fútbol. Los demás, a tener dueños. Como si fuéramos jarrones o caniches. Qué destino tan horrendo para colectivos forjados desde la lejana patria infantil, acabar teniendo «amos». Se hace difícil entender que cualquier nido de sentimentalismo, de pasión, tenga «dueño», sea un país o un club. Otra tara democrática que no denunciamos tanto ni con tamaño ardor como señalamos los arbitrajes o las ayudas de diversa índole a los rivales deportivos. Y ser club también ofrece elementos diferenciales que suelen ser ventajosos. Ya, para acabar de rematar el serial «club», sólo nos faltaría que nos tocasen el Escudo…

Hace algún tiempo que dejé de hacer tanta cuenta sobre la SAD, acabé saturado de cifras. De verlas mover en la mesita del trile, bajo cualquiera de los tres cubetos. Y de comprender que era banal intentar cuadrar la lógica de uno del Atleti de a pie, con la lógica de la directiva. Al millón de euros de Bogadnovic que apuntaba en la libreta, venía luego un fiscal anticorrupción y sentenciaba que en realidad eran 18. Tachón. El cálculo de los dineros aportados por los pequeños accionistas en la conversión a SAD, volaron al final a cuentas tan forasteras como particulares. A borrar. La misma conversión se pagó con papel del Monopoly que se cobró luego al propio Club en contante y sonante a través de los derechos federativos de 1 refugiado mercedario y 3 espontáneos, a precio de estrellas. Recalculando… Había billetes que dejaron de ingresarse en Hacienda o la Seguridad Social para arreglar otras parcelas de particulares, ya fuera en Calera y Chozas o Valdeolivas. ¡Así no había escriba que cogiera un lápiz! Era tan farragosa la «deuda histórica», que sobrepasaba mis limitadas capacidades contables. Lo que sí me quedó claro entre actas y declaraciones judiciales, más que otros papeles, es que el día que llegara, vería con muy malos ojos un traslado. Sobre todo si permanecían los mismos protagonistas al monedero. Llámenlo desconfianza, si quieren. El caso es que existe un ramillete de gente del Atleti que nos sentimos estafados por la trama, nudo y desenlace de todo esto. Desde hace tiempo, no es de ahora. Y es de ley sacarnos un poco la voz a plaza. Un poco, que ya se sabe que los altavoces, como los pitos, son para quien los paga. Faltaría más.

En este largo epitafio en el que andamos sumidos, a unos meses de que las demoledoras pisen el Escudo, quiero permitirme garabatear una penúltima cuenta. Con todo el riesgo ya comentado que conlleva hacerlo. Tomando una horquilla de estimación entre 250-350 millones de euros (…) de coste para el nuevo estadio que en primera instancia iba a darnos el oro y el moro y luego iba a pelo, me pregunto si esta millonada a día de hoy está bien volcada en ese cesto. Si no lo necesita más el proyecto deportivo que el edificativo. Porque el edificio lo llevamos teniendo más de medio siglo, en algunas ocasiones, antes de descuidarse adrede, hasta siendo hotel 5 estrellas UEFA. Pero un plantel en condiciones… Un Equipo con el gen competitivo de éste… Una orquesta con semejante maestro… Me consta que somos algunos los que tenemos la sensación que, arrimándole más cifra a esto, podemos situarnos un paso más adelante aún. Que, al fin y al cabo, es la razón y el motivo que ha permitido en los últimos años a la SAD multiplicar su volumen de ingresos. También el de comisiones, probablemente. Ya lo dijo el maestro-orquesta: apostar para que el proyecto deportivo suba un escaloncito. Y es que daría como mucha pena, incluso rabia, que el líquido se vaya otra vez a espuertas en casitas e inmobiliarias varias, desatendiendo la razón principal en esto del Fútbol: el Equipo y su potencial. No vayamos a desguazar la orquesta por poner muy VIP y tendido el auditorium. Del que ya teníamos uno, por cierto, que se hubiera dejado reformar a las mil maravillas. O incluso hasta cabe la opción de esperar primero un tiempo a esa consolidación deportiva de facto, antes de afrontar este traslado-prisa. Esa mala consejera. Ese toque a rebato que no se sabe muy bien de dónde ni a qué viene (…) y que nos va a hacer meter una millonada en algo que habría caído gratis por su propio tiempo y peso. Con la faltita que hace para otras urgencias, Virgencita del Puerto…

Confieso que me siento intranquilo en esta encrucijada. Preferiría un intercambio de papeles. Por ejemplo, que el entrenador actual fuera máximo accionista y viceversa. Creo que eso garantizaría mucho mejor el futuro. Al fin y al cabo, siempre se podría prescindir del nuevo entrenador si no cumple. Ya ven, es posible despedir también a gente que no sale a jugar. Pero que tiene un papel primordial para que todo el entramado funcione. Claro, claro, me refiero al entrenador.