by Ennio Sotanaz
At. Madrid 0 – Chelsea 0
Si el amable lector es progenitor de niñas pequeñas, por alguna razón tiene en su entorno más cercano retoños de corta edad o simplemente es un aficionado al cine de animación, sabrá, como yo, que Frozen es la última película de Walt Disney. En una adaptación muy sui generis de un cuento de H. C. Andersen bastante más complejo, la película nos presenta a una princesa con poderes para transformar en hielo todo aquello que le rodea. Un poder que no logra controlar y que se hace mucho más intenso, peligroso e incontrolable cuando el miedo aparece en su portador. Cuando el tal Eriksson, inefable árbitro del encuentro, pitaba el final del partido de la ida de las semifinales de Champions league con el marcador anunciando un triste cero a cero, fue Frozen, su princesa Elsa y esa capacidad para congelar todo su entorno, lo que me vino a la cabeza. Porque eso es lo que para mí fue el Chelsea. Un poderoso Príncipe de los Hielos con una capacidad sobrehumana para congelar todo lo que ocurría a su alrededor.
El partido era una fecha señalada no ya para los aficionados colchoneros que tenemos la suerte de portar un abono que nos permite sentarnos en la grada, sino para la propia historia del club. Pocas veces el Atleti ha jugado una semifinal de la máxima competición europea así que actuar como si no fuese así (que a algún iluminado he visto) sería muy petulante e incoherente por nuestra parte. Pero tampoco tenía sentido acudir con la cabeza gacha y sensación de inferioridad porque igualmente no era la primera vez que el Atleti estaba en esa tesitura como club (como también algún iluminado, en este caso supuesto profesional, ha tratado de hacer ver). Simeone ha puesto equilibrio en el sentimiento y por fin nos ha hecho estar, física y espiritualmente, en el lugar que nos corresponde. Afortunadamente el entorno, a diferencia de otras veces, creo que está respondiendo. Los aledaños del Calderón eran ya una caldera de orgullosos, animados y optimistas aficionados una hora antes del pitido inicial, pero los segundos previos elevaron todavía más la temperatura. Los mosaicos de la grada o el himno a grito pelado de la afición recordaron a la mágica noche de la eliminatoria anterior y todo apuntaba a noche épica, aunque el sol brillaba todavía en el cielo cuando el balón comenzó a girar… Entonces apareció el Chelsea y su poder para transformar todo en hielo. A la vez que el sol caía se apagaba la grada, se apagaba la intensidad, se apagaba el ritmo y se apagaba el fútbol. Así durante 90 minutos hasta que se apagó el partido para dejar todo congelado.
Es muy difícil hacer una crónica futbolística del Atleti-Chelsea sin recurrir a fríos datos estadísticos (¿congelados?) o sesudas y aburridas disquisiciones tácticas. Hagámoslo rápido. Mourinho entendió desde el principio que el Atleti es un equipo grande y como tal planteó el partido. Estudiado su rival decidió destapar su particular tarro de las esencias. Ese que, recordémoslo, le ha hecho campeón de Europa. Planteamiento ultra defensivo, espectacular capacidad de repliegue, brutal habilidad para cerrar espacios o anular el dinamismo de Diego Costa y elevadísimo nivel de intensidad y concentración en sus jugadores. El miedo, como la princesa Elsa, hacía que su poder de congelación fuese todavía más intenso y se multiplicase hasta límites incontrolables. Y lo consiguió. Eso sí, a costa de renunciar a la transición en ataque, al centro del campo como línea de creación y al juego de delantera. El Atleti desde mi punto de vista planteó bien el encuentro. Tuvo la iniciativa, movió el balón, trató de ganar y anuló la potencial salida vertical del Chelsea. El único pero que podría ponerle es quizá no tener algo más de calidad en su plantilla y algo más de paciencia a la hora de elaborar la jugada esperando el momento adecuado. Pero es evidente que el Atleti no se encuentra cómodo en esa tesitura de dominar el partido con el balón en los pies sin espacios y también era muy complicado hacerlo sabiendo que un error en un pase horizontal de los centrocampistas era una ocasión clara del Chelsea y la posibilidad de perder la eliminatoria.
El partido fue una sucesión de intentos del Atleti por hincar el diente al autobús londinense, principalmente por banda y colgando balones laterales, que realmente provocaron muy pocas ocasiones de gol y de escasa relevancia todas ellas. Enfrente había una roca impenetrable. Inofensiva también. Ya desde la primera parte pero mucho más en la segunda apareció además ese otro fútbol ala Caparrós que a mí, a diferencia de cualquier planteamiento táctico, sí que me parece lamentable. Uno puede entender el fútbol tácticamente como quiera y para mí será siempre formalmente lícito (aunque moralmente cuestionable) pero lo que entiendo que no es lícito, ni legal, son las continuas pérdidas de tiempo en cada saque a balón parado, tirarse al campo con repentinos ataques epilépticos cada dos por tres y ese infinito catálogo de recursos al borde del reglamento para congelar el ritmo del partido. El tiempo real de juego fue mínimo. Claro que mucha culpa de ello la tiene un árbitro lamentable que, sin ser crucial en ninguna jugada clave (quitando la tarjeta a Gabi y la no segunda tarjeta a Lampard), desarrolló un ejercicio lamentable de filibusterismo que favoreció (¡sorpresa!) al equipo rico. Un ejercicio que los periodistas calificarán de “político”.
El partido terminó como empezó, congelado, pero con un Atleti, probablemente sacado de quicio por la actitud del rival, que en los últimos minutos se fue excesivamente arriba, corriendo unos riesgos a la espalda que sinceramente a mí me parecieron gratuitos. No entendí esa necesidad de arriesgar tanto en ese momento del partido viendo lo que estaba ocurriendo y sabiendo que un gol del Chelsea era prácticamente renunciar a la eliminatoria. En el capítulo de sucesos cabe destacar la significativa lesión de Cech tras entrada de Raúl García (no he visto la repetición pero en el campo me dio la sensación que empujaban al navarro) que provocará la ausencia del buen cancerbero en Stamford Bridge. Tampoco estará allí nuestro capitán, Gabi, pieza que se me antoja tan importante o más que la baja del rival.
Así que las espadas están en todo lo alto. Realmente es como si la ida no se hubiese disputado y todo se tuviera que decidir en el feudo de los blues. Personalmente creo que tenemos las mismas posibilidades que teníamos al inicio de la eliminatoria. Ni más ni menos. Veremos lo que pasa. En la película lo que provoca que se rompa el hechizo y se descongele la preciosa ciudad de Arendelle es simplemente el amor verdadero. Pero no el amor verdadero de las películas clásicas de Walt Disney en el que un príncipe apolíneo y musculado besa a una princesa frágil y sumisa, sino el amor entre hermanos, que es mucho más poderoso. Un tipo de amor que evidentemente no puede corresponderse con el dinero masivo y moteado de polvo que viene del esquivo sistema monopolista del gas natural ruso sino del de miles de personas aferradas a fuego, e independientemente de los resultados, a un sentimiento centenario. Saliendo del estadio escuché el himno y lo vi claro: donde luchan como hermanos…
Ennio Sotanaz @Enniosotanaz