Miguel Muñoz @miguelmunozc
Existe cierto mito cuando se habla de la primera vez. Los seres humanos tendemos a mitificar lo que en realidad nunca fue. En mi caso nunca existió una primera vez. La suerte de visitar el Calderón de la mano de tu padre antes de tener conciencia propia borra la primera vez.
Imágenes sueltas, momentos difusos, alineaciones anunciadas por megafonía, comentarios de grada que décadas después se siguen repitiendo domingo tras domingo (o lunes tras lunes, o martes o cuando la mercantilización diga)… Los bancos de madera, la enorme cubierta de la tribuna. Las sempiternas once primeras filas de cemento cada partido. Los destellos rojizos de las cabelleras de los jugadores con el sol de media tarde. Lo bonito que quedó en rojo y blanco para el Mundial del 82. Las esquinas siempre abiertas (para que evacuara la niebla, decía un sabio en mi sector).
Los banquillos por debajo del césped, los altavoces mirando al público. Una nube de humo con olor a tabaco rancio o caro. El Atleti calentando en el vestuario. Mínguez suplente. Almohadillas lanzadas con rabia, las vallas derribadas… un robo. Gol.
El “Madrileño” por la mañana o cuando terminaban los grandes. Atasco en Pirámides, barro en los zapatos al bajar del coche. Comentarios de glorias de no hacía mucho tiempo. De cuando se llenaba. De cuando se ganaba. La cartelería de Soberano o Veterano (o Terry, vaya Ud. a saber). Dos pares de calcetines. Cupones troquelados para los socios, banderas al viento. La autoridad de la grada con gorra de plato con el escudo del Atleti –nuestro escudo-.
Y siempre las rayas rojas y blancas de las camisetas destacando sobre el fondo verde. Alegres, brillantes, cautivadoras, guerreras, inconformistas, contestarías, orgullosas. Realmente nada ha cambiado. La ilusión, los colores, la luz, el frío de la segunda parte, las quejas, los ánimos, los cánticos, la victoria: mi Atleti, nuestro Atleti.
Asistir al Calderón es siempre una primera vez.