La jugada más bonita del Ala Infernal

 

José Antonio Martín “Petón”

 

El balón venía por el aire tras el pase de Enrique Collar justo al espacio. Joaquín Peiró amagaba con acercarse al lanzador y tras arrancar, giraba y buscaba el balón al lugar vacío entre centrales. Con esa jugada, el Ala Infernal daba siempre jaque. Y muchas veces, jaque mate. Gol. Lo singular es que el lanzamiento, exacto, geométrico, de Collar era ¡con la mano! A esos dos genios se les había ocurrido esa añagaza particular por mera repetición. Una vez salió bien, no se sabe cuándo, y mira. Puede que ese saque de banda se le ocurriera a Enrique cualquier tarde en Murcia cuando Ramón Colón se llevó a los dos para ascender al Pimiento. Lo hicieron. En La Condomina empezó el ala a ser infernal.

Una tarde de paella y risa, Enrique Collar nos contó que lo de infernal nació de unos rivales brasileiros que comentaron a la prensa lo diabólico de aquel par de críos que abrasaban la banda roja y blanca por la izquierda. Sus hazañas están en la Hemeroteca y aún más en la memoria imborrable del Atlético de Madrid. La clase infinita de Collar, el desborde estelar de Peiró, terminaron por componer la mejor dupla zurda del mundo cuando Joaquín fue traspasado al Toro. Lo dice Jorge Griffa. Amen.

Peiró era, mucho antes de escuchar esa metáfora en técnicos de lenguaje críptico, el “tercer hombre” que llegaba al gol desde las sombras; un futbolista tan moderno que hoy no tendría precio en pleno reinado de los veloces. Collar, también rápido, bajaba un balón del cielo como si tuviera engrudo en el empeine y podía ponerla donde quisiera a cualquier distancia, luego. Los dos desbordaban: por el perfil izquierdo El Niño; por los dos El Galgo. No pudieron darle más al Atleti: Enrique Collar su vida deportiva; Joaquín Peiró la mitad de ella y la salvación económica del club cuando le pidió que se marchara.

Dibujaron jugadas maravillosas de Peiró a Collar, de Collar a Peiró… pero faltaba la más bonita. El 18 de marzo de 2020 murió Joaquín Peiró. La peste impidió el calor cercano de los suyos, la mano cogida por su amor de siempre; la de un hijo sobre el corazón; la oración en el adiós tranquilo. Como en tantos hogares españoles, y de todo el mundo, dolor sobre dolor. Tampoco los leales pudimos juntarnos por cientos para acompañarle en la despedida. Al día siguiente lo llevaron al Cementerio de Canillas, su pueblo, que eso era cuando el prometedor ciclista Joaquín viajaba a Madrid en bicicleta. Dejaron que algún familiar cercanísimo pudiera acudir, cuatro personas. Llegó oportuna una corona del Atlético de Madrid, otra de sus Leyendas, una más de la Federación. Y entonces, como un balón que cae justo a tiempo para empalmarlo, como el pase del compañero al que interpretas antes de que lo lance sin necesidad ni de un gesto; como los tres segundos en los que se dibuja un gol, apareció una cuarta corona para abrazar a Peiró. Sobre el verde metropolitano de sus hojas había nacido un sinfín de claveles rojos y blancos. Y un lema cruzaba su cintura de lado a lado: “CON CARIÑO, TU COMPAÑERO DE ALA INFERNAL”. La Gradona, pañuelos blancos al viento, volvió a rugir, todos en pie por Peiró y Collar.