Madridismo social, españolidad y circo romano

 

Víctor Hegelman

 

Un año más se celebró la final de la Liga de Campeones y un año más la jugó el Real Madrid. Hasta aquí todo correcto. Me gustaría que fuese de otra forma, pero no lo es.

Dicho esto, de nuevo, volvió a salir a la palestra de barras de bares, chiringuitos televisivos y foros digitales diversos, el asunto de la presunta obligación que todo español tenía de apoyar al equipo madridista en la final justo por eso, por tratarse de un equipo español que, presuntamente, estaba representando a España.

Es tan facilón, tan cargado de gratuidad…

Una vez más no apoyé al Madrid juegue contra quien juegue. Tampoco lo haré en el futuro.

¿Por qué creo que el criterio del apoyo al equipo español contra el extranjero es una estupidez cuando juega el Madrid?

Empiezo diciendo que me parece una tontería en cualquier caso, juegue el equipo que juegue. No representan a España. Se representan a sí mismos. No son selecciones nacionales. Son empresa con su domicilio social en España. Nada más. Yo compro comida en grandes superficies francesas, compro muebles a empresas nórdicas, veo películas americanas… Podía renunciar a todo eso en favor de empresas españolas, pero es que no me apetece. Libertad de elección. O sea, ¿que si el dueño de un bar es un capullo y se porta siempre como un cretino conmigo tengo que ir a consumir a su bar y no al del extranjero de al lado contra el que no tengo nada y que encima pone unas tapas cojonudas? Pero hay diferencias cuando el “apoyo español” se reclama desde el Real Madrid y no desde cualquier otro club ante encuentros con otros clubes foráneos.

El Madrid, según lo veo yo, ni representa a España ni tiene voluntad de hacerlo. El Madrid lo que hace es apropiarse ilegítimamente de España y lo español. Él es España, y el apoyo de los aficionados de los demás clubes lo reclama no como un acto de unidad o camaradería, sino como un acto de sumisión. El súbdito, el inferior, aquel del que se burla durante todo el año, ha de sentirse un privilegiado de que el Madrid «represente» y no sea él mismo el que vaya a países extranjeros, seguramente a hacer el ridículo, faltaría más. Se pide, se exige, al aficionado del que es club rival todo el año, que acuda con banderitas al desfile de la victoria dando las gracias para que, aquel que le insulta cada día, le acoja como uno más (de segunda o tercera clase, pero uno más) por un día. Por eso no apoyo al Madrid en ningún caso, porque el Madrid ni me representa ni tiene intención de representarme. Ni yo quiero que me represente. ¿Gana? Mejor para sus aficionados. Que lo disfruten. Pero hipocresías ninguna, y menos bajo el paraguas tan manido de «lo español». No somos amigos, sentimiento mucho más universal que la españolidad.

 Y lo que no voy a hacer es como muchos de ellos: decir que vas con el Atleti para que no te digan nada si ganan y reírte, en público o privado, si pierden, buscando excusas en si un día leí o me dijeron algo que no me gustó. Sin mayor comentario con respecto a los que sacaron pecho con el «si el Atleti jugase iría con el Atleti». Venga, por favor. Como si nos conociésemos de ayer. Madridistas de esos existen, sí, pero su frecuencia en la fauna equivale a la del lince ibérico. Cuando ves a uno lo proteges, que siempre fueron pocos y están en dramático peligro de extinción.

No me gusta el Madrid. No me gusta lo que representa en la sociedad. No me gustan sus valores. No me gusta su hipocresía ni su desvergüenza ante sus constantes beneficios. No me gusta ni su ventajismo ni su propaganda mediática.

No me gusta el pensamiento único dirigido. Esa línea entre el bien y el mal trazada por unos sin contar con otros. Esa ridiculez de considerarte un ganador porque apoyas a un club que ni sabe que existes, aunque tu vida, la real, la que existe, sea un estercolero. Ese madridismo social creciente que aglutina paniaguados sociales convirtiéndoles en el pueblo. El único pueblo. Ese madridismo utilizado como arma arrojadiza y justificativa de comportamientos prepotentes, agresivos y maleducados.

Recuerdo que en una ocasión subí a un taxi. El conductor era madridista, y me dejó una “perla” que no he querido olvidar: “Yo es que en la vida soy pobre, pero en el fútbol soy rico. Soy un tío feliz.”

Y así, sobre la apabullante y mayoritaria base de los herederos de la plebe romana que disfrutaba de ver cómo los leones devoraban a los cristianos o cómo los gladiadores atendían a sus peticiones de sangre y muerte, se construye esta deprimente sociedad donde el madridismo, lejos de ser una afición, es un posicionamiento ante la vida. O mejor dicho, un no posicionamiento.

Estar en el otro lado no digo que sea mucho mejor. Creo que en el momento en que alardeas de valores nobles empiezas a perder la nobleza en los mismos. Y también hay mucho de madridismo social en numerosos hinchas atléticos. Pelas la piel del colchonero y aparece otro heredero de la plebe romana. Hay atléticos que no saben que son madridistas, y, en menor medida, al revés. Madridistas que razonan, que analizan, que no se sienten con el derecho de insultar al rival, que se alegran de sus victorias, pero no las utilizan para escarnio del rival. Madridistas que sienten repugnancia de ver tertulias televisivas a voz en grito, la españolidad rancia excluyente, que ven una insoportable mala educación en Cristiano Ronaldo, un cinismo cateto en Sergio Ramos, anormales vejando la estatua de Neptuno en una noche de celebración o haciendo pintadas en sedes atléticas…

El lince ibérico. ¿Qué será de él entre las mestizas bestias circundantes?