Carlos J. Treviño
Hasta anoche no lo sabía, lo sentía, pero no lo sabía. No sabía que Fernando, el Niño, es un miembro más de nuestra familia. El primo Fernando.
Lo sentía, porque la pierna se me dispara cuando él arma la suya, porque me siento volar cuando “galopa por la banda”, porque tiendo a abrirle la puerta de atrás para que salga de un regate.
Quizás tendría que haberme dado cuenta antes, en Septiembre, en la primera de mis últimas tardes en el Calderón. Al Sporting se le había puesto cuesta arriba muy pronto el partido, dos a cero en el minuto cinco, era una plácida tarde de fútbol al sol del Calderón. Minuto 90, penalti. Fernando, el primo, se va directo a por el balón que reposa manso en el césped. En el camino se cruza con Koke, que le mira tímido, pero Fernando no duda, sigue su camino firme, decidido. Recoge la pelota, la cuida, la mima, la amasa, la coloca. Y entonces noto mariposas en el estómago, tensión y una tenue respiración agitada. ¿Cómo es posible que me ponga nervioso el lanzamiento de un penalti, si ganamos cuatro a cero en el minuto 90? Ya, no tiene sentido, ningún sentido, salvo si el que lo tira es él, el primo Fernando. Y se acerca, y dispara, y lo coloca a la izquierda, y lo clava, y respiro, y sonrío, y lo grito, con rabia, con alegría, con pasión. Otro más, otra muesca más en su leyenda, y lo mascas, lo disfrutas, como disfrutas esos pequeños grandes éxitos de tus hijas, de tus sobrinos, de tus primos…
Aquella tarde del último fin de verano del Calderón lo sentía, pero no lo sabía, y tenía que haberlo notado. Anoche, cuando Fernando cae desplomado, se cubrió de nubes el salón, hubo gritos, pordioses, lágrimas, lágrimas, manos cubriendo el rostro queriendo cerrar los ojos a lo que no queríamos creer que estábamos viendo. Hubo miedo, miedo, sobre todo mucho miedo. Minutos eternos, largos, eternamente más largos que aquellos de Munich.
Costó recuperar la tranquilidad, hasta que las noticias desde el hospital frenaron al fin el corazón. Fernando, el primo Fernando, estaba bien. Porque igual que de repente un día conoces a un primo lejano que sabías que tenías, del mismo modo otro día puedes saber que sentías cercano a un primo al que sí conocías, un primo de sangre en rojo y blanco.
Ponte bueno Fernando, que el domingo hay comida familiar, es a las 4:15, en el Calderón, no faltes primo, te esperamos todos.