Víctor Hegelman
No fue tan fácil, Fernando, y tú lo sabes. Ahora que todo son sonrisas bien conoces que desde muy pronto muchos decidieron retirarte la alfombra roja en tu camino hacia las estrellas. ¿Por qué?, quizás te preguntaste. ¿Acaso no soy atlético? ¿Acaso no soy español? Vayamos por partes.
Me acuerdo de aquel partido de tu debut ante el Leganés. ¿Te acuerdas? Casi ni te miraban tus compañeros. ¿Qué hace aquí este niño? Ni un pase hasta que se recorrió Juan Gómez, aquel argentino, todo el campo para buscarte y dártela. Para que jugases. Que con diecisiete ya lo hacías mejor que muchos en toda su vida. Y para decir, el argentino, a sus compañeros: “¿Pero qué estáis haciendo”?”
A trompazos derribaste la puerta. Te faltaron unos minutos más para marcar el golazo de la victoria en Albacete. Con esas pecas y ese rostro sonrosado, haciendo lo que jugadores curtidos aún no habían conseguido hacer.
Y te quedaste. Como referente para volver a caminar en el infierno. Ay, ese Luis que no te dejaba en paz. Niño esto y niño lo otro. ¿Qué habías hecho mal? Nada. El abuelo sabía por qué te exigía.
Y vaya rollo ya en Primera con los cantos de sirena desde la otra acera, ¿eh? Ven al Madrid, te decían. Serás el nuevo Raúl. No se puede cortar la progresión del chico, proclamaban. Sería bueno para el fútbol español que un talento así vista de blanco, afirmaban. Y todo con el objetivo de siempre: hacer daño a tu Atleti.
Tú les callaste, y vaya si les dolió. Yo soy del Atleti, decías, y sé dos cosas: si no me quedase en el Atleti, hay muchos equipos muy buenos que no sean el Madrid; y con trescientos millones de pesetas se vive igual de bien que con quinientos, así que, esto no va de dinero.
Cómo se torció todo entonces… Con lo fácil que hubiera sido dejarte querer por el Madrid, como hacen todos. Pero tú eras del Atleti. ¿Qué problema había? Pues sí había problema. Te negaron el pan y la sal.
Te admiraban ya en el mundo. Sabían quién eras. Aparecías en los anuncios de ropa deportiva con las mejores estrellas. En vez de alegrarse, la frase siempre era parecida: ¿Qué coño hace ése del Atleti ahí?
Tenías que correr el doble para llegar a la mitad. Mientras seguías dando títulos a las selecciones jóvenes con tus goles victoriosos, ya no había más ganas que las de verte caer.
Eras un chaval rodeado de plantillas de calidad más que dudosa. Todo mal. Equipos construidos sin dinero y deprisa y corriendo. Y tú salvando los muebles con tus golazos y siendo admirado en toda Europa. Menos en España, claro.
Tus goles eran churros. Sin velocidad no eras nada. ¿Marcabas en espectacular escorzo? Es que estabas solo. ¿Regateabas a tres? De chiripa y a trompicones. ¿Marcabas de cabeza desde fuera del área? Otro churro, pues tu intención era picarla y habías rematado con la tapa de los sesos. Qué sabrás tú… Fraude, paquete. Todo tan sucio. Tan miserable.
Y en la selección igual. Tiraste aquél penalti contra Ucrania y lo fallaste con diecinueve años mientras los demás, los cracks, incluido Raúl, el capitán, el que tiraba del carro, miraba hacia otro lado. Y fueron a por ti. Sin piedad. Está muy verde. Sin preguntarse nadie por qué un casi debutante tenía que asumir esa responsabilidad.
Siempre te quisieron fuera. Ahora muchos dicen que es Piqué el primer jugador de la selección al que pita su propio público. Qué sabrán… Fuiste tú el pionero. Salías en Madrid con la roja y te pitaban. Y en Gijón. “Aquí somos anti-Torres”, decían en los medios, y no pasaba nada. Era normal. Gracioso. Alimentaban una polémica con Villa que no existía. El Guaje lo diría más tarde. “Sin Torres al lado no metería ni la mitad de los goles”. Pero daba igual. Tú sobrabas. No eras bienvenido.
Parecía que cambiaba la cosa cuando te fuiste. Lo bordabas en el Liverpool y los atléticos, orgullosos de ti, pero echándote siempre de menos. Pero en fin, se te podía admirar ya. No eras más que un jugador del Liverpool.
Pero vas y la vuelves a cagar, macho. No aprendes. Marcas el gol que da la Europa a España (ni un título de la absoluta en cuarenta y cuatro años) y no se te ocurre otra cosa que pensar en nosotros, tus atléticos. Vas y sacas nuestra bufanda. Aquí hay un colchonero, que lo sepan todos, y mi gol es también vuestro. Para qué las bromas. Muy mal, Fernando. Tú eres del Liverpool. Qué vergüenza. Y ahí, no pudiendo renegar del triunfo, se les puso esa mueca de rabia que tanto has visto. Ha sido casualidad. Ha metido tantos goles como Guiza. Hace falta a Lahm. No ha hecho nada en todo el torneo. Mira que soso es, que no baila en la celebración. Lo importante es el pase de Xavi que le deja solo. Él solamente tuvo que empujar el balón. Y por cierto, qué mala persona con el Liverpool, que es quien le paga.
Y seguimos. Vino la lesión. Gravísima. Y no fuiste el mismo. No podías volver con la roja. El falso nueve eres tú. Una rémora. Un paquete. Mejor jugar con diez…
Y el fútbol, tu fútbol, seguía por encima de la media, pero para ti eso nunca fue suficiente. No valía. Fuera Torres. Del Bosque sabía que llevarte le metía en problemas, pero te siguió llevando mucho tiempo.
Entretanto tu paso por el Chelsea y por el Milán. Está acabado. Qué risa. Mira la que ha fallado. Vaya fraude. Un exjugador. Se veía venir.
Y llegas al Atleti. Y como te queremos, abarrotamos el campo sólo para verte con la rojiblanca puesta otra vez. Con tus hijos al lado. Y feliz tú de estar con nosotros. Y nosotros contigo.
Y desde el otro lado todo eran risas. “Paquetorres”. Vuelves como un fracasado. Lo que siempre fuiste. ¿Qué ha hecho Torres en el fútbol? Nada.
Vuelves y en tu primer partido en la Copa ganas al Madrid. Lo que nunca habías hecho antes. Toma ya. Pero siguen las hienas. Casualidad. “Paquetorres”. En la vuelta vamos a machacarlos. Y oh, justicia divina, nunca llegaste más a tiempo. Dos golazos en el Bernabéu, sentando a Pepe. ¿Dónde está “Paquetorres”, asquerosos? Y todos callados por unos días.
Pero luego siempre había algo. ¿Te acuerdas de lo del gol número cien con el Atleti? ¿Cuántas veces se rieron con su miseria habitual y dijeron que no lo ibas a marcar? Cómo celebramos todos aquel gol ante el Eibar. Justicia otra vez. Y los goles siguieron cayendo. Y tú luchando contra todo. Tanto que casi te dejas la vida por el Atleti en La Coruña. Pero te levantaste y seguiste. ¿Acaso podía ser de otra forma?
Se inventaron problemas con el Cholo, con el vestuario, celos, envidias… No paraban. Al menos, jajaja, se va ir sin ganar un título con “su” Atleti. Último asidero. Pero tampoco. Gabi te la dio y tú la levantaste. Capitán. Nuestro capitán. Hasta el último minuto.
Hoy por fin respiran. Ya se va éste. Y no les queda nada qué decir ni más basura que echar.
Y te vas en el momento justo. Y nosotros lo sabemos. Y te queremos. Siempre te vamos a querer. Y tú a nosotros.