No lo pueden entender. En recuerdo de Alberto Salama

 

Pepe Salama

 

El 17 de mayo de 2014, Alberto, mi Padre, sefardí de Tetuán, del Atleti hasta la médula (e hincha, cómo no, del Atlético de Tetuán), estaba ingresado en el Hospital Clínico de Málaga recuperándose de una situación que le puso al borde de la muerte.

Aquella tarde, vi el Barça-Atleti decisivo solo en mi casa, y al ver a nuestro Atleti campeón rompí a llorar. Lloré no solo por el premio merecido a un esfuerzo increíble. Lloré por la alegría y emoción que daría a mi padre, que había luchado tanto en un mes dramático para seguir entre nosotros. Lloré como si el gol de Godín se lo hubiera dedicado a mi padre. Lloré porque el lema «si se trabaja y se cree, se puede» es lo que papá siempre nos inculcó.

Terminado el partido, enfundado en mi camiseta del Atleti, cogí la bufanda y la bandera, recogí a mi madre y a mi hermana y pusimos camino al hospital, una vez más. Pero esta vez era especial. El Atleti era campeón y mi padre era campeón.

Recorrimos los pasillos semivacíos del hospital hasta llegar a la habitación para, en medio de la alegría, ponerle la bufanda y la bandera del Atleti a mi padre. Mi padre trabajó y creyó… y pudo.

Justo tres años después, también un 17 de mayo pero de 2017, nuestro padre, rodeado de todos los suyos hasta el último minuto, en el mismo hospital, nos dejó.

Al día siguiente, en el cementerio judío, con todo el dolor y siguiendo el rito sefardí, mi hermano y yo introdujimos el cuerpo de mi padre en su lugar de descanso envuelto en el preceptivo sudario blanco. En ese momento, mi hermano Mochi me miró, y con una leve sonrisa, entre lágrimas me dijo «¿blanco? papá no querría esto ¿Verdad?». Le asentí sin dudarlo, y mi hermano sacó de su bolsillo un banderín del Atleti y lo depositó junto al cuerpo de nuestro padre.

Con poco respeto a la muerte, siempre habíamos bromeado sobre ella. Y la condición de atléticos hasta la muerte siempre estaba presente como seña de identidad.

Cuando mi madre y mis hermanos hablamos de ello no nos cabe la más mínima duda. A papá le ha gustado. Nos despedimos de mi padre con todo lo que él quería, incluido a nuestro amado Atleti. Unos lo han visto como un homenaje sentido que no podía faltar. Otros lo ven irreverente. Cuando nos lo comentan, mis hermanos y yo nos miramos y nos decimos: «No lo pueden entender».