RC Celta de Vigo 0 – At. Madrid 2
Durante todos esos años de hibernación y casposa mediocridad que desgraciadamente tuvimos la desgracia de sufrir no hace tanto, uno veía los partidos de los demás equipos con cierta distancia y bastante resignación. Afectado por la sombra de esa nube negra que pululaba por encima de nuestras cabezas, observaba los partidos del Real Madrid y pensaba que ese equipo tenía una suerte injusta y galáctica que hacía que ganase muchos partidos sin aparentemente merecerlo. Les veía salir a cualquier campo, plantarse como una piedra y en un momento dado meter un par de goles que acababan con todo. Uno estaba convencido en esos días de que aquello debía ser una especie de conjura por parte de los dioses antiguos para que el equipo poderoso ganara siempre. Pero recuerdo una vez, viendo un partido en un decadente bar en un pueblo de Ávila, en el que un señor mayor que estaba por allí, escuchó mi discurso y me dijo algo que se me quedó clavado. Muchacho, cuando todas las veces ocurre lo mismo deja de ser suerte y pasa a ser otra cosa. Y tenía razón. Llámenle poderío, grandeza o superioridad. Llámenle incluso, si quieren, oficio. Llámenlo como quieran llamarlo pero eso es exactamente lo que le pasa a los equipos grandes y eso es exactamente lo que tiene ahora mismo el Atlético de Madrid. Un equipo sólido, rocoso y unido, que tiene muy claro hacia dónde mirar, hacia dónde correr y hacia dónde soñar.
El partido fue malo y aburrido. Decir otra cosa, en mi opinión, sería faltar a la verdad. Aparecieron los dos equipos dando la sensación de que se habían estudiado convenientemente y los primeros minutos dejaron claro que así era. El Atleti, con las ausencias de Arda y sobre todo Diego Costa, dejaba dudas respecto a su capacidad de mantener ese juego vertical y letal que lo ha caracterizado durante toda la temporada y los primeros 45 minutos no fueron precisamente una buena prueba para contradecir que el equipo de Simeone no se desangra con los cambios. Según avanzaba el tiempo el Atleti se transformaba en un equipo plano, lento y con una terrible alergia a manejar el balón, al que pateaba sin consideración cada vez que tenía oportunidad. Enfrente aparecía un Celta con hechuras de equipo bien construido. Tratando de jugar siempre en campo contrario, adelantando la defensa, presionando, sacando el balón jugado, casi siempre muy bien y manteniendo por el camino intensidad suficiente como para molestar al Atleti. Diego, demasiado escorado en banda, no era capaz de recibir un balón en condiciones y se perdía corriendo por detrás de la pelota, algo para lo que no está dotado y que mucho iluminado confunde con falta de “huevos”. Me repugna ese discurso de la testosterona y el “echarle ganas” al que mucho rapsoda recurre con demasiada frecuencia. Me pone de muy mala leche además, cuando si algo le sobra a este equipo es precisamente “huevos” y si hay algo que le falta es precisamente fútbol, que es, también precisamente, lo que tiene Diego. Mario cumplía mal que bien en defensa pero era una tabla rasa en la construcción. Raúl García no conectaba, Koke se desfogaba en defensa y Villa se perdía entre los centrales. Afortunadamente la defensa seguía sería y sólida con un gran Alderweirdeld, del que ya podemos decir que ha sido un buen fichaje. La primera parte moría sin apenas ocasiones, con el público muerto de aburrimiento y con un Celta que, a los puntos, había sido mejor o al menos había sido el único que quiso convertir en un partido de fútbol, aquello que estaba pasando en la hierba.
Pero la segunda parte fue otra cosa. El Atleti salió adelantando filas, aumentando la presión y, lo más importante, haciendo una gestión del balón mucho más honesta e inteligente. Los centrales y mediocentros en lugar de patear el balón a la mínima, lo jugaban en corto buscando pasar por el centro del campo con lo que conseguían llegar a zona de tres cuartos con posibilidades de hacer fútbol. Lógicamente, ahí sí aparece Diego. Pidiendo el balón, abriendo, distribuyendo, pensando… Fútbol. El Atleti era ya otro cuando Sosa salió al campo por un Koke que parecía agotado, pero mejoró con el Principito en el campo. Buenos minutos del argentino, los mejores desde que se puso la elástica colchonera. Y así apareció finalmente el Atleti letal y de intenso perfume italiano que conocemos, para abrir y cerrar el partido en cinco minutos, por mediación de un renacido David Villa. La brutal e incansable presión de Gabi provocó una perdida de balón del equipo gallego que aprovechó con habilidad y esa inteligencia que no ha perdido, ni perderá el delantero asturiano, para encarar a Yoel y batirle por bajo. Gran noticia la vuelta de un Villa al que el equipo necesita como agua de mayo. No me pregunten por qué, pero me gusta el portero del Celta, Yoel. Pocos minutos después una buena jugada y pase de Sosa desde la banda de derecha, junto a un soberbio arrastre de Raúl García al primer palo, habilitó a Villa en la frontal del área para que el Guaje convirtiese su segundo gol. Fin del partido. A partir de ahí el Atleti adoptó su posición de equipo replegado y eso son palabras mayores. El Celta tocaba hasta el campo rival pero ahí morían. Ni una ocasión tuvieron de batir a Courtois mientras que los colchoneros se recreaban en contrataques que no acertaban a convertir.
Tres nuevos puntos que nos sitúan ahora mismo como líderes de la liga, a falta de lo que el Real Madrid haga mañana. Jornada 27 y 64 puntos. Números que hablan por si mismos. Cada uno es muy libre de enfadarse o alegrarse de lo que quiera, criticar o admirar lo que le de la gana, pero cuestionar la labor de este equipo (al descanso leía cosas en twitter que me ponían los pelos de punta) es tan injusto como falto de perspectiva. Hasta osado, diría yo.
PD. Aunque no siempre lo ponga por escrito agradezco mucho los comentarios y las entradas anónimas a este blog. Tengo la sensación de que esta temporada será la última en la que escriba crónicas de todos los partidos. Tengo algunas razones para ello y está última semana ha sido especialmente reveladora pero les aseguro que ustedes no son ninguna de ellas. Todo lo contrario. Muchas gracias.