¡Olé tus huevos Caminero!

 

cine05La habitación es vulgar, sin pretensiones, austera. En ella dos hombres, en apariencia igual de vulgares, aunque albergan un rasgo común que les hace inigualables para  otros muchos. Uno, de pie, no llegará a los treinta, el otro, sentado, algo más mayor. Se echan en cara ciertas cosas en tono frío y distante. La televisión, minúscula, susurra un ruido de fondo que parece la retransmisión de algún evento deportivo.

-Como vuelvas a acercarte a mi mujer, te parto la cabeza.. .

Espeta en tono tan tranquilo como amenazante el mayor de los tipos.

-Ah sí, cómo.. . ¿eh? ¡Cómo!

Contesta el otro alzando algo más la voz en un tono chulesco.

De repente, el que permanece sentado, sin apartar los ojos de los de su interlocutor, lanza un derechazo seco e inesperado a las partes pudendas del más joven, que se dobla de dolor mientras la televisión alza la voz anunciando una jugada de peligro. ..

-¡Qué gol qué gol! ¡Qué golazo!

 Grita alborozado el mayor

– ¡Gooool goooool!

 Chilla el otro entusiasmado

-Mira mira mira ¡¡¡ joder cómo le rompe la cintura!!!

-Es la hostia, Caminero es la hostia.. .¡¡¡ ole tus huevos Caminero!!!

Se miran, el mayor de forma condescendiente esbozando una sonrisa cómplice, el otro ríe abiertamente. Y el primero, coge rumbo a la puerta en su silla de ruedas y, antes de salir de la sala, se vuelve para despedirse suavemente, aunque sin decir adiós.

-Bueno Victor, ya te lo he advertido.

Habrán ustedes adivinado, con toda seguridad, qué partido estaba televisándose en esa habitación. Lo que quizás algunos no sepan es a qué obra, en este caso cinematográfica, pertenece el pasaje.

En el año 1997 Pedro Almodóvar dirigía “Carne trémula” y los dos personajes en cuestión eran Javier Bardem y Liberto Rabal. Dos atléticos en la película y al parecer en la vida real, que resuelven su disputa, al menos momentáneamente, gracias al genial engaño de Caminero a Nadal en esa banda del Nou Camp, en una maravillosa jugada que ya todos sabemos cómo acabó, porque nos resulta gozosamente imposible borrarla de nuestra memoria.

Es poco probable que el director manchego, al que se le desconoce la afición al fútbol, rindiera un homenaje  a Caminero en esa escena o, al menos, que lo hiciera a propósito. Y tampoco es que ahora que se ciernen punzantes sombras de sospecha sobre nuestro ínclito excentrocampista,  parece que sea el momento más oportuno para que, desde aquí,  ose yo a tributarle vasallaje.  Y sin embargo, miren ustedes, no pienso rectificar el título de esta reflexión, porque así, al menos, seré fiel a lo que la mayoría de nosotros, si no todos, aunque fuera utilizando otras expresiones, vociferamos esa noche de gloria.

Más lo cierto es que, de forma seguramente fortuita, nunca se ha glosado una parte del sentimiento atlético tan certeramente, al menos en el cine.

Esa parte es la de la comprensión, la del entendimiento, la de la reconciliación y el perdón simplemente por ser consanguíneos en rojo y blanco, esa en la que nos entregamos como hermanos defendiendo unos colores, tanto en la derrota más amarga como a la hora de celebrar un victorioso gol. Sólo les faltó pasar de la agresión al más fraternal abrazo. Pero, aunque una genialidad no dé para tanto cuando de por medio hay una cuestión de honor y honra, sí sirve en este caso para extinguir una disputa que se presentaba cruenta. Y todo porque los dos rivales descubren de un súbito golpe aquello que les une tan estrechamente y a la vez les diferencia del resto de la inmensa mayoría de los mortales.

Y por eso nuestra consideración desde estas líneas, por más que no resulte tan emotiva, por supuesto,  como la más sutil y sentida escena que he visto en mi vida relacionada con el Atleti. Me refiero a esa que firmó con maestría José Luis Garci en “El Crack 2”, en la que el malogrado Alfredo Landa arroja las cenizas de Miguel Rellán –el Moro en la película y en la vida real- al Manzanares, con el Calderón de testigo extrañamente mudo y hierático, en una preciosa y nocturna escena que nos encogió el alma. El gran Landa, otro que no pudo aguantar a hacerse atlético en cuanto puso sus pies en Madrid.

Sin embargo,  la de Almodóvar, sin duda inspiradora de ese anuncio de la Sra. Rushmore que tenía como protagonistas aquellos  contendientes de bandos opuestos de nuestra Guerra Civil,  merecía esta especial cortesía, por recordarnos ese momento inmortal del doblete y más ahora, que  nuestro equipo atraviesa una nueva etapa deportiva venturosa, de la mano milagrosa y recta de Cholo Simeone. Esperemos que los que manejan la SAD, esos que ficharon como Director Técnico a José Luis Pérez Caminero, no se entrometan de tal forma que nuestro Club vuelva a convertirse en lo que ha sido durante tantos y tantos años bajo su mandato, una institución temblona, desorientada y convulsa, en definitiva, carne trémula. Por cierto, aquí les dejo la escena.  Disfrútenla.

 

Jesús Manuel Martínez Caja @jesusmc62