Papá ¿quién lleva el ‘5’ del Atleti? Mi primer partido en el Calderón

 

by Javier Laguna

 

04Mi hermano Daniel, que al parecer traía cierta prisa por presentarse en sociedad, adelantó un par de meses su llegada inicialmente prevista para primavera.

No es descartable que fuera por asegurarse de estar ya presente cuando el Atleti consiguiera su sexta liga porque lo cierto es que, en aquellos primeros meses del año 1970, el campeonato pintaba de color rojiblanco. Sólo quedaba por resolver la trascendental cuestión de si sería de color rojiblanco bilbaíno o madrileño.

Como las prisas no suelen ser buenas para casi nada, mi hermano fue derechito a la incubadora nada más nacer y se pasó allí unas cuantas semanas hasta que por fin los médicos le dejaron venirse a casa.

Para compartir con nosotros la alegría por su llegada, en seguida tuvimos cerca a toda la familia, incluidos también mis abuelos maternos de Canarias.

En el piso faltaban metros cuadrados y sobraban manos, ideas y opiniones, pero ese primer fin de semana con mi hermano en casa iba a resultarme inolvidable por otro motivo bien diferente.

Tras los regalos que me trajeron los abuelos, el premio gordo llegó el domingo con la pregunta retórica de mi padre:

– Javi, ¿quieres venirte al fútbol a ver al Atleti?

Ignoro en qué momento urdieron entre él y mi abuelo el plan, si lo improvisaron el día anterior sobre la marcha o si ya venía de antes, pero el caso es que la ocasión venía ni que pintada y lo prepararon todo para llevarme por primera vez al fútbol. Al Estadio del Manzanares.

Durante las semanas de incubadora que protagonizó mi hermano, el Atleti había tenido algún incómodo pinchazo y a falta de sólo cuatro partidos iba un punto por debajo del Athletic bilbaíno y recibía al colista, Pontevedra, en el Manzanares justo una semana antes de visitar San Mamés para probablemente jugarse allí el título. Mi abuelo primero y mi padre después, ya hacía unos años que habían abandonado la costumbre de ir los domingos al fútbol. Dejaron sus abonos del viejo Metropolitano para pasar esas tardes en familia (oyendo en la radio el Carrusel, pero en familia) y ver nacer, crecer y vigilar las primeras correrías del que suscribe. No obstante, siempre que había ocasión subsanaban el desliz, y ésta era una de esas: el maremagnum familiar que había en casa era la excusa perfecta para sacar un rato al chiquillo del piso, que no diera la lata y así disimular con bastante estilo las ganas de volver a ver en directo a su Atleti, otra vez aspirante a campeón.

Para entonces, por «La Cabaña» del Retiro y sus alrededores ya lucía yo mi edad cosida a la espalda de mi nueva camiseta a rayas rojiblancas:

– Papá ¿quién lleva el ‘5’ del Atleti?

– ¿El ‘5’? Jayo, Martínez Jayo es el ‘5’ del Atleti.

Realmente nunca sabré si el dorsal elegido para mi camiseta fue consecuencia del buen ojo futbolero de mi padre tras verme dar las primeras patadas a un balón o simplemente se trataba del primer número que encontró don Zoilo en el cajón donde los guardaba en su mercería de la calle Walia, pero lo cierto es que antes de que los Ufarte, Adelardo, Irureta y por supuesto, Luis y Gárate se convirtieran en mis ídolos dominicales, Martínez Jayo, el ‘5’ del Atleti, era mi jugador favorito. Sin embargo, en mi debut en el Manzanares no le vi jugar.

Mi padre consultó primero el Marca para asegurarse y después me anunció: – Jayo hoy no juega. Está lesionado. Después dobló el periódico y me lo confió: – Toma, tú lleva esto que nos va a hacer falta.

Hacía mucho sol cuando nos sentamos en aquella inmensidad de estadio repleto de gente. Yo nunca había estado rodeado de semejante muchedumbre y al parecer aún podía ser mayor porque enfrente nuestro había otra zona enorme sin asientos todavía. Mi padre me contaba que el estadio aún no estaba del todo acabado cuando por megafonía un locutor nos dio las buenas tardes y comenzó a leer las alineaciones: – ¡Con el 1, Rodri!, ¡Con el 2, Melo!… Mi padre comenzó mientras a puntear los jugadores que nombraban con los que anunciaba el periódico que hasta entonces yo había custodiado fielmente. Al llegar al 5, efectivamente, el locutor no nombró a mi jugador preferido, pero descubrí a otro cuyo nombre me hizo reír un montón: ¡Con el 5, Ovejero!

De inmediato toda la gente se levantó para aplaudir a los jugadores que salían al campo. Los veía algo pequeños desde donde estábamos sentados, pero todavía recuerdo la emoción que me causó todo aquello: la ovación de la gente entre el humazo de puros y cigarros mientras el himno del equipo atronaba por los altavoces y los fotógrafos en el césped disparaban sus cámaras ante los jugadores perfectamente alineados. Tras un breve instante de «silencio» al acabar el himno se arrancaba desde abajo, al tiempo que empezaba el partido, un coro de miles de gargantas gritando al unísono ¡At-le-ti!, ¡At-le-ti!

De todo lo que pasó aquella tarde recuerdo muchas más cosas que las del propio partido. El resultado si me quedó grabado a fuego, 2-0 al Pontevedra, aunque en realidad el Atleti metió tres goles. Todos gritamos gol tres veces, pero uno de ellos no valió porque un tipo vestido de negro decidió anularlo. Esa tarde aprendí un montón de nombres diferentes que se usaban en el fútbol para referirse a ese curioso señor, además del que yo conocía: árbitro. Y aún hoy día muchos de ellos se siguen oyendo por los estadios.

Luego estaba el marcador. Bueno, en realidad marcadores. El grande, el de nuestro partido, enseguida hubo que cambiarlo porque el Atleti metió pronto el primer gol pero luego estaban otros más pequeños. Me fascinaba mirarlos y ver como cada cierto tiempo un señor con gorra cambiaba alguna de sus tablillas con el número cero, por otra igual pero que tenía un uno, luego un dos… -Gol del Celta, le traducía mi padre a mi abuelo tras comprobar en el periódico que el marcador que ponía “Camisas Suybalen” en realidad correspondía al Celta-R. Madrid. Marcador simultáneo Dardo le llamaban a aquel singular invento precursor del patrocinio deportivo.

Según cuentan las crónicas de aquel día, el Atleti-Pontevedra no fue precisamente un gran partido. Dicen también que incluso buena parte de la afición llegó a enfadarse con sus jugadores en ciertos momentos. Yo juro no acordarme de nada de aquello y si tuve la sensación que cuando se acabó el partido la gente se iba contenta a casa, claro que, nada si se comparaban conmigo.

Tampoco me acuerdo bien de la explosión de alegría que hubo cuando el equipo ganó la liga unas semanas después, pero la experiencia del primer día en el Manzanares esa, desde luego, es algo que aún no se me ha olvidado.