Paco Sierra (@fsierra).
Patxi era un gran tipo. Le conocí hace un par de años y tuve la suerte de hablar bastante con él. Recuerdo que para mí su nombre evocaba tiempos de fama ya pasados. Y recuerdo de ese primer día que hablamos, que de lo que creía conocer de su vida, no sabía realmente casi nada.
Desde el principio entendí que era un hombre al que le gustaba la vida, el arte, el campo. Y lo vivía todo con la misma intensidad que una defensa cerrada del Cholo. Hablamos mucho. De periodismo, de sociología, de cine, de universidades, de tecnología o de Cuenca. Le gustaba la caza y me contaba cosas del campo. Me hablo de la hora “lobicán”. Yo no sabía qué era. Me explicó que es como se llamaba a la hora cuando la penumbra, la falta de claridad hace que se confunda al lobo con el perro. Puede ser amanecer o anochecer. Así se llamó su último disco porque, cómo me dijo, al final el hombre es lobo para el hombre, pero el hombre es también perro, en el mejor concepto del animal.
Y eso que no era fácil hablar con él porque, paradojas de la vida para un hombre que triunfó con la voz y la música, tenía problemas de oído. Y eso también nos unió en las charlas. Los dos teníamos un lado malo de recepción, y no era fácil el entendimiento acústico en esas mesas largas, donde comíamos todos los meses con los amigos y hermanos de colores, pero donde el ruido ambiental parecía el del Calderón.
Sus frases cortas eran como contraataques. Siempre certeras. Instintivas, pero pensadas y racionales siempre. Bueno, siempre, siempre…no. Siempre no, porque hablábamos mucho del Atleti, en esas comidas con los compañeros de Los 50, en el restaurante Méndez de la calle Ibiza. Del Retiro donde estuvo el primer campo de ese equipo que nos unió. Había sido uno de los fieles del Calderón. Y se notaba. Conocía bien la historia de los jugadores, del club de los rivales. Garate, Griffa o Mendoza. La vuelta contra el Celtic de Glasgow o la Copa del Rey ganada al Real Madrid en el propio Bernabeu. Momentos épicos que contaba con esa voz áspera y tranquila. Patxi, había nacido en Madrid, se consideraba vasco, pero era del Atleti de Madrid. Y esa pasión le llevó a pertenecer a “los 50”.
Patxi fue, por encima de todo, un intelectual que luego se encontró como profesor en la universidad. Un artista que compuso más de quinientas canciones y que escribía poesía y relatos como obsesión. Un hombre comprometido con la izquierda en los tiempos duros. Tan duros, que tuvo que irse a París. Fue el hombre de voz ronca y barba cerrada que amaba tanto al Rastro casi como al Atlético de Madrid.
En estas conversaciones apenas hablamos de su carrera, de su pasado. Siempre tuve la tentación de preguntarle cómo fue el enseñar el culo en una película, en pleno franquismo en “El libro del buen amor”. Tenía curiosidad por saber cómo veía ya, pasados los años, el haber hecho del Carvalho de Montalbán en “Asesinato en el Comité Central”. Pensé que en algún momento me atrevería a comentar con él “La otra alcoba” de Eloy de la Iglesia. Donde conoció a Amparo Muñoz. Porque Patxi fue el hombre que se casó con la mujer más guapa del mundo. Pero no debió ser fácil. Como dijo en alguna entrevista,” en catorce meses nos separamos cuatro veces”. Fue el mejor Ché Guevara que cantara nunca en ninguna Evita en ningún teatro del mundo. Conoció la jet y el glamour y también el silencio del campo en plena caza.
Siempre se mantuvo siempre fiel a si mismo. Y a sus colores.
Se ha ido en un amanecer en Soria. En la hora en la que no se distinguen los lobos de los perros. En su mitificada hora lobican. Se ha ido uno de los nuestros. Uno de los 50. Descansa en paz, Patxi.