Pues yo no lo veo mal, oiga

 

 

by Carlos Fuentes @ElRojoyelBlanco

 

At. Madrid 2 – Celta de Vigo 2 

El Atleti empató un partido que pudo ganar sin hacer más de lo que hizo. Lo hizo jugando mejor que en los últimos días, contra un equipo interesante y sin excesiva fortuna. Hay quien vio en el partido contra el Celta señales inequívocas de que el fin se acerca, y otros que vimos un buen equipo de fútbol.

 

140920-CeltaEl Atleti es un equipo campeón y admirable, que ha dejado por Europa, América y Asia la sensación de que puede ganar a cualquiera, de que su estadio es una temible olla a presión, de que merece la pena ver en directo al menos una vez en la vida al Grupo Salvaje dirigido por Simeone que hizo temblar el establishment en la temporada 2013 / 2014 y que bien puede hacerlo de nuevo este año, el siguiente y el siguiente y hasta los veinte siguientes si todo va como nos gustaría, oiga. 

Por todo esto, además de por el buen tiempo que hace en Madrid, por su irresistible atractivo turístico y cultural, por la belleza de los lustrosos edificios de sus calles (calles del centro, se entiende, que ya sabemos que esta alcaldesa tan relajada no pasa el mocho por las calles de los barrios) y por la astucia de los tour operadores, la grada del Calderón se nos ha llenado de chinos.

Chinos no serán, pensará el puntilloso lector, serán asiáticos de ojos rasgados, no necesariamente chinos, quizás sean japoneses o coreanos, quizás sean tailandeses o vietnamitas, sea Vd preciso, Fuentes, hombre, que queda Vd como un ignorante en cuantito no se le ata corto, oiga. Es posible todo esto, sí, es posible, pero no es menos cierto que el acervo cultural patrio indica que cualquier visitante de ojos rasgados que aparezca por el país sea denominado “chino” indistintamente de su lugar de procedencia, de igual manera que en la costa a un extranjero rubio se le ha llamado toda la vida “inglés”, a una rubia en bikini se le ha llamado “sueca” y a un señor con sandalias y calcetines se le ha llamado “alemán” aunque esto último sea científicamente irrefutable.

Hecha esta salvedad costumbrista, es necesario indicar que la grada de lateral del Calderón parecía ayer las mismísimas afueras de Saigón, llena de turistas achinados de esos que no saben muy bien qué hacer en el campo, si aplaudir o dormir, si protestar al árbitro o pedir a voces dimisiones en el palco, si abrazarse a los desconocidos en los goles o iniciar la ola. Lo que sí parece tener claro el chinerío asistente es que tienen que hacer fotos, hasta el punto de que acaban viendo el partido a través del objetivo en vez de relajarse y disfrutar. En algún momento a algún abonado irritado le entraron ganas de decirle a alguno deje Vd de hacer tantas fotos, oiga, que ya ha hecho fotos de todo, hombre ya, esa misma ya la ha hecho tres veces más, esa también y ese al que enfoca es un linier y no tiene interés ninguno, oiga.

La grada chinoli es tranquila y educada, eso sí, y transmite la impresión de no enterarse de nada. Son pausados y obedientes y cuando el partido acaba siguen en tropel a su guía, que enarbola un trapo amarillo a modo de estandarte militar, y se van todos juntitos a algún tablao en el que el que menos se lo espera, inocente, será elegido por una gitana para salir al estrado a bailar bulerías y pasar así a ser protagonista de los vídeos de sus compañeros de grupo. Éstos, a su vez, repararán en que un compañero fue obligado a taconear y decir “arsa” en un país remoto únicamente cuando vean los vídeos de vuelta a casa, que es cuando verdaderamente se enterarán de lo que ha pasado ante sus narices, mientras ellos, afanosos, se concentraban en operar una cámara digital de muchísimos megapíxeles.

Salió el Atleti al campo entre ruidos de clicks de las cámaras de la afición coreana y los jugadores no entendieron muy bien lo que pasaba. El Atleti, vaya por delante, salió con el equipo que el que suscribe quería y esperaba ver, con la salvedad de Raúl Jiménez, de quien hablaremos largo y tendido. Salió Moyá, quien parece más fiable a día de hoy que Oblak, protagonista de un debut que esperemos no le pese. Salió Ansaldi en el lado izquierdo de la defensa que nos sabemos de memoria, y a uno le alegró porque quiere verle más tras el limitado resultado que dio Siqueira en el partido del estadio-centro comercial del equipejo de Ernesto Sáenz de Buruaga. Salió Gabi, más bajo estos últimos partidos de lo que nos tiene acostumbrados pero Gabi al fin y al cabo, y salió Tiago, quien claramente mejora al medio campo y al equipo entero cuando ocupa él el espacio entre defensa y los puntas. Salieron Arda, Koke y Griezmann, trío de espadachines de estilo fino y letal, con mención especial para el tercero, ya caracterizado de Errol Flynn de fábrica y que tiene pinta de poder darnos muchas alegrías vestido de rojo y blanco. Salieron todos estos tipos y salió Raúl Jiménez, esa incógnita con pocos visos de despejarse en las próximas jornadas. 

Salieron pues todos estos buenos jugadores y, sorprendentemente o quizás no, en la grada había un runrún de otros tiempos, una sensación de a ver hoy no sé yo, no sé yo bien qué pensar, no las tengo yo todas conmigo, dígale a ese chino que por Dios Bendito no haga más fotos, oiga. Es cierto y es  normal que la grada ande vigilante ante algunos de los signos que ha dado el equipo hasta ahora: no se jugó bien contra el Rayo ni el Eibar, no se jugó bien contra el equipo adoptivo de Salvador Sostres a pesar de ganarles 1-2 y un Olympiacos normalete nos metió tres goles, algo que casi no recordábamos. Es verdad que algunos echan de menos a Costa, que el lateral izquierdo plantea dudas, que Gabi ha estado incómodo y desconocido en los últimos partidos, que Mario sigue proyectando sombras y que Mandzukic dejó los primeros días sensación de empastar con dificultad en el juego vertiginoso del medio campo del Atleti. Hasta ahí, uno puede entender las dudas y los signos de interrogación. Hasta ahí sí, pero sólo hasta ahí.

Se diría que el mismo brillo del año pasado que ha atraído a la grada a gran parte de la población de Seúl, Kyoto y Phnom Penh, ha cubierto a parte de la afición de un velo que mezcla fatalismo, enfado, distorsión de la realidad y resultadismo agudo. Se diría que a este Atleti que empieza la liga con un portero nuevo, un lateral izquierdo que tiene que cubrir el puesto de un jugador fantástico y todo un ataque a estrenar, su propia afición le exige desde el minuto uno la precisión quirúrgica con la que el equipo maravilloso del año pasado – que por cierto también pasó fatigas en casa con equipos teóricamente asequibles – pasaba por encima de sus rivales. Se diría que el éxito ha nublado la cabeza de algunos seguidores que, quizás nostálgicos de la permanente sensación de cabreo de los años pasados, prefieren ahora fustigarse, romper sus mejores camisas a tirones y dar grandes voces pidiendo clemencia divina si el equipo no gana siempre y a toda costa, ese feo defecto que tienen algunos seguidores de equipos grandes, de esos que se van del campo rápidamente cuando es el rival el que levanta el trofeo.

Que el Atleti no está tan engrasado como el año pasado puede ser una verdad científica; que lo que ha mostrado en los dos últimos partidos es positivo e invita a un optimismo sólidamente basado en el realismo es sólo una opinión personal, pero es lo que tienen las opiniones. Porque el que suscribe, que como saben es tonto, se encuentra sorprendido por el aluvión de crítica amarga hacia el Atleti de ayer, el Atleti que tropezó contra un buen Celta por un penalti evitable y un gol que aún no sabemos si fue un churro o un monumento, todo ello tras hacer al menos cinco o seis ocasiones clarísimas, trenzando jugadas, manteniendo el control del partido salvo un rato tras el gol, peleando contra un arbitraje cuanto menos matizable y todo ello sin su delantero centro de referencia, ese tipo bravo que nos ha ganado a todos tras su partido en Atenas, completado con la nariz rota y dos patatas fritas para contener la hemorragia.

Porque, piensa el que suscribe, el Atleti jugó bien. Miranda pudo estar más atento en algún lance y pudo no hacer el penalti, pero Juanfran, Godín y Ansaldi, éste sobre todo en ataque, poniendo multitud de centros peligrosos, jugaron bien. Jugó bien Tiago, como siempre, y Gabi se pareció más al Gabi que todos admiramos. Koke jugó quizás por debajo de su excelso nivel habitual y perdió algunos balones más de los deseables, pero no fue una catástrofe. Jugó bien Arda y jugó bien Griezmann; quizás fue el francés el mejor de todos, el más imaginativo, el más molesto para el rival. El rival, por cierto, también jugó bien y tuvo además la fortuna de marcar un gol a la remanguillé y llevarse un penalti algo tonto, aguantó el chaparrón con oficio cuando el Atleti sacó la manita a pasear y su portero salvó dos, tres, quizás cuatro goles claros con una actuación sensacional. No vio el que suscribe a un Atleti pusilánime, aunque quizás sí menos intenso en defensa que durante el año pasado. Tampoco vio un Atleti sin ideas, ni una dependencia excesiva de los ausentes, y sí vio un equipo que atacó bien, que creo muchas ocasiones dentro del área pequeña (algo no común el año pasado), que mostró un buen repertorio de alternativas en los cuatro o cinco jugadores más determinante y que se topó con un buen portero, con poca fortuna, con algún fallo tonto y poco más. Lo que viene siendo un partido de fútbol, oiga. 

Es verdad que el que suscribe también vio algo en Raúl Jiménez; en concreto, en Raúl Jiménez el que suscribe vio la nada. Como en los partidos anteriores, no le vio fuerza ni velocidad ni picardía ni oficio. No le vio agresivo ni inteligente, ni valiente ni sesudo. No le vio regate y no le vio tiro, no le vio condición física ni calidad al nivel del resto. No vio el que suscribe tampoco, quede claro, esos tweets tan poco inteligentes que Raúl Jiménez aireó a final de la temporada pasada; no los vio a la hora de analizar el partido de Raúl Jiménez, se entiende, que en su momento sí los vio y sí sacó alguna conclusión sobre la inteligencia táctica del mexicano a la hora de conducirse en las redes sociales. Pero no fue esa metedura de pata asombrosa lo que determinó el análisis del partido de Raúl Jiménez, en el que no se vio nada de nada más que algún detallín puntual, casi anecdótico en el vacío con el que nos obsequió ayer. A estas alturas a uno le extraña esa fe en Raúl Jiménez que Simeone proclama, pero también comparte con los lectores que si Simeone se fía, uno también, y que si Simeone pide paciencia, uno la tendrá como no podría ser de otra forma.

Así que toda esta tabarra de los chinos y la nada existencial mexicana, el velo cubre aficiones y el arbitraje antipático para decirles que uno no lo vio tan mal ni tan catastrófico como le han contado. Todo para mostrar sorpresa por el pesimismo reinante y la falta pública de confianza en quienes nos hicieron creer ciegamente, todo para eso, solo para eso. Uno se teme que en ciertos medios se abrió la veda y la caja de los truenos, al ver aliviados cómo por fin a Simeone y su grupo de jugadores suicidas se les abrió una brechita por la que ver un poco de luz negra que invite al optimismo desde el otro lado. Enterrado el año pasado el mito del equipo que ya caería y desmontado por la estadística el bulo del equipo violento (no así por los árbitros, que cosen a amarillas al equipo aunque haga muchas menos faltas que sus rivales, que acaban con la casilla de amonestaciones a cero), ahora se abre un nuevo amanecer para los que quieren ver el principio del Apocalipsis cholista en un empate en casa.

Queda por saber si la afición se verá arrastrada por el cortoplacismo mediático y la miopía tumba-certezas o si, por el contrario, preferirá entender que el Atleti de Madrid, ese equipo maravilloso que lo ganó casi todo el año pasado, sigue vivo y coleando dentro de lo que su poderío y presupuesto le permite. Y que los rivales, que también juegan a esto y dedican su tiempo al completo a procurar mejorar, llevan un año y medio estudiando el ingenio mecánico inventado por el Cholo y empiezan a encontrar, al fin, algunas claves para parar su avance poderoso. Y también que el Cholo, que dedica aún más tiempo que el resto a pensar e inventar formas para que el Atleti siga ganando partidos a ritmo de campeón, tiene nuevos mimbres y el proyecto de hacer un cesto igual de resistente que el del año pasado pero de una forma y color que no se esperen el resto de diseñadores del mercado.

Esta es pues la cuestión a la que se enfrenta la afición, esa afición tan importante para el equipo como el propio equipo, como bien se hartó de decir Simeone el año pasado. Podemos hacer crujir los dientes y atender a lo que dice la prensa o mirar al campo e intentar entender lo que pasa. Podemos también dedicarnos a hacer fotos como los clientes asiáticos de los tablaos y ver sólo dentro de unos años el resultado, dándonos cuenta tarde de que lo que tenemos ante nuestros ojos hoy es posiblemente el mejor Atleti de todos los tiempos; un equipo, por cierto, en el que la afición tiene parte de la responsabilidad de evitar su deterioro artificial.

El que suscribe, por su parte, cuando escuche críticas color gris plomo de las que proliferan estos días se limitará a decir aquello de ¿no es un poco raro, para el mes que estamos, ya tanto calor?