by Juan Esteban Rodríguez @JuanesPREMIER
Le voy a hablar de usted, con ese respeto que siempre supo ganarse.
¿Se acuerda del Metropolitano? Seguro que sí. Yo aún no había nacido y ya estaba en mi vida. Un día, un niño ilusionado saltó al campo con los ojos brillantes, como sólo puede tenerlos un crío que va a conocer a sus ídolos. Corrió hacia ellos y encaró a Jayo, el primero que se cruzó en su camino, pero iba a empezar el entrenamiento y el gran Martínez Jayo no encontró tiempo para atenderle. No obstante, al niño le dio igual, porque su verdadera ilusión era verle a usted, intercambiar unas palabras y que usted, don Luis, encontrara unos segundos para él. Por supuesto usted lo hizo. Habló con ese niño, le firmó un autógrafo y grabó a fuego en su alma infantil, un recuerdo imborrable. Ese niño era mi padre y me ha contado esta anécdota repetidas veces. Nunca me ha parecido que demuestre una especial admiración por nadie del mundo del fútbol, salvo por usted, don Luis. Y eso un niño lo percibe. Y le marca. Me marcaba.
Usted no era “del” Atleti, usted era el Atleti. Tanto como la glorieta de Pirámides, como el Paseo de los Melancólicos, como la Puerta de Toledo. Tanto como el recuerdo de Bruselas, como el penalti de Chacho, como el estadio Metropolitano. Usted era el Atleti. Tanto como las lágrimas que mojan el teclado mientras escribo ésto, como el salto de Calleja en Sabadell, como el “qué alegres son los colores, de tus rayas rojiblancas…”, como don Vicente Calderón.
Usted era el Atleti, con todas sus imperfecciones. El Atleti es profundamente imperfecto, contradictorio, difícil, entrañable, ganador, hosco a veces, humano. Como usted, exactamente como usted, querido don Luis Aragonés Suárez. Cuentan los que le conocían que a veces era Luis, otras veces Aragonés, y otros días Suárez, según se levantase. Exactamente como el Atlético de Madrid, que a veces se levanta acordándose de quién es y otras nos exige a todos infinitas dosis de paciencia y cariño para soportar su bipolaridad. ¿Hace falta aclarar por qué usted era el Atleti?
Usted era el Atleti y no son necesarias las explicaciones. Marcó el primer gol del Vicente Calderón, anotó el único gol que ha marcado el Atlético de Madrid en una final de Copa de Europa, ganó para su equipo del alma la Copa Intercontinental, renunció a jugar la Champions para venir a entrenarnos en Segunda y devolvernos a nuestro sitio. Ganó ligas y copas como jugador y como entrenador y marcó cientos de goles. Todo eso es conocido. Pero eso sólo vale para que los que no tienen la suerte de ser del Atleti entiendan con datos su importancia. A nosotros, a los que hoy lloramos de verdad, no hace falta que nos repitan eso. Sería como decirle a un hijo que su padre es importante porque le da ropa y comida. Una estupidez. Nosotros no necesitamos recordar eso, sencillamente sabemos que donde estaba usted, no se pisaba el escudo del Atleti. Como cuando dijo que si el Atleti era “el pupas”, con todo lo que ha ganado, los demás deberían ser “el costras”, siempre por detrás de la pupa. Como cuando encaró, lleno de orgullo rojiblanco, a un cuarto árbitro que se había situado sobre el escudo del Atlético pintado en el césped del Calderón: “Oiga usted, eso que está pisando es el escudo del Atlético de Madrid. ¡Haga el favor de quitarse de ahí!”. Como cuando imponía, en sus contratos con los demás equipos, una cláusula por la que quedaría liberado de cumplirlos si le llamaba el Atleti. Como cuando le dijo al Cholo Simeone, cuando era jugador, en 1994, “¿Qué te ha llamado el Atlético? Ni te lo pienses”.
Luis, admirado don Luis, usted representaba ese fútbol de siempre que nos gusta. El fútbol soleado de las cinco de la tarde. El fútbol de bocata de tortilla y puros en la grada. Un fútbol de códigos y alineaciones del ‘1’ al ‘11’. Un fútbol que llamaba Copa de Europa a la Copa de Europa, y en el que los campeones de Copa jugaban la Recopa. Usted venía de ese fútbol, pero era tan buen entrenador, tan intuitivo, tan naturalmente inteligente, que también triunfó en este otro fútbol e hizo campeona de Europa a España cuando nadie pensaba que alguna vez pudiéramos ganar algo. Usted, el hombre que reconocía que al cabo del día decía más veces “vete a tomar por culo” que “buenos días”, lo hizo posible.
Pero, insisto, Eurocopas y selecciones al margen, usted era el Atleti. Tanto como para agarrar de las solapas a Jesús Gil y zarandearle, cuando éste, nada más entrar al club, le escupió a la cara que usted quería mangonear demasiado por el Manzanares. Y no, eso no, eso nunca. Pero a pesar de aquello, usted y el Atleti estaban tan amalgamados como para volver siempre que le requerían, aunque le llamase este individuo. Usted, don Luis, era el Atleti, tanto como las ocho rayas rojiblancas, como las siete estrellas, como el oso y el madroño.
Antipatía en la larga distancia, dificultad para entenderle en la media, cariño rendido en la cercanía. Del “este viejo no tiene ni puta idea por no llevar a Raúl” al “se ha ido el mejor”, a veces sólo hay un vestuario de distancia. Pero no es el momento de ajustar las cuentas de tantas portadas injustas, bellacas, indignas, sino de recordarle a usted, de reírnos con sus cosas.
Usted será para siempre una pelliza en Burgos saltando y braceando con Paulo Futre, una frente retadora a José Antonio Reyes (del que en algún momento pretendió sacar algo bueno, tan corajudo fue siempre usted), un “míreme a los ojitos”, unas manos agitando a un joven Eto´o, al que conquistó para toda la vida. Usted será para siempre el gol al Bayern y los tres al Cagliari, el “si no ganan me meto una botella de Pepsi familiar por el culo” y el “estoy hasta los huevos de perder con esta gente”.
Usted, admirado, querido, amado don Luis, será para siempre el ídolo de mi padre. Y el mío. Y el de todos los atléticos de bien que hoy lloramos por usted, en la certeza de que en el cielo tampoco se pisará nunca un escudo del Atlético de Madrid. Y tal.