Reflexiones majaderas tras el Atleti-Sevilla

 

by Carlos Fuentes @ElRojoyelBlanco

 

At. Madrid 4 – Sevilla 0

140927-SevillaPasada la invasión asiática de la semana pasada, por lo que se ve esta semana los asientos libres de la grada de lateral cayeron en manos de un tour-operador ruso. Como resultado, entre los parroquianos habituales, en el partido contra el Sevilla se apiñaban en la grada una multitud de rusos. Decimos rusos pero no estamos seguros de que fueran rusos. Serían rusos o vaya Vd a saber qué, que con los rusos pasa un poco lo que pasa con los chinos: los de ayer al menos parecían rusos, tenían pinta de rusos, hablaban algo que nos suena a ruso (que es algo que sólo escuchamos en las películas de espías y con subtítulos) y no nos queda claro si eran rusos, pero uno les llama rusos y a todo el mundo le vale.

Quizás fueran georgianos, quizás ucranios (que es lo que antes llamábamos “ucranianos”), probablemente no fueran uzbekos ni kazajos, ni posiblemente de Azerbaiyán Land-of-Fire. Podrían ser estonios, o quizás fueran lituanos. Quizás fueran letones, que siempre tiene más gracia, aunque ya se sabe que letones y lituanos, primos hermanos. Quizás fueran rusos de verdad y nos habríamos ahorrado todo este párrafo lleno de gentilicios eslavizantes y orientalizados. El caso es que la grada se llenó de señores grandotes y despistados, que se sentaron juntitos a unas cuantas butacas de distancia de otro grupo, en este caso de rusas orondas y rubias, vestidas con cazadoras vaqueras de mangas plateadas y vestidos como de señora manchega pero con dorados. Los rusos se sentaron por un lado y las rusas por otro, como si fuera una sociedad gastronómica moscovita o el Alarde de Irún sin ir más lejos, como si el Calderón fueran unos baños públicos o un colegio antiguo. Los rusos probablemente hablarían del gran Dasaev y de cosas de rusos, como por ejemplo el precio del anticongelante y el último grito en gorros de piel de oso; las rusas, poco interesadas en el fútbol, bailaban como descosidas con la música del descanso y no echaban cuenta alguna a lo que pasaba en el campo.

La afición local, por su parte, protestaba por lo grandísimos que son los rusos y por el problema que plantean cuando los asientos de la grada son tan estrechos como los del Calderón; en cuanto a las rusas, se cruzaban apuestas sobre si una señora rusa muy gorda y muy teñida que se aburría como un molusco en el Mar Caspio tendría en realidad dentro otra señora igual pero más delgada y así sucesivamente, siguiendo el efecto muñeca matroska, hasta llegar hasta una estilizada gimnasta de esas que dan cinco tirabuzones tras salir catapultadas de un plinto y caen clavando los pies en una colchoneta y saludando al personal con los brazos abiertos, como cuando Reyes reclama una falta de esas que sólo él ve.

Tras la invasión de la amenaza amarilla y la ocupación de las fuerzas de la antigua URSS, ahora se pregunta la grada, ya acostumbrada a la parada militar de las tropas extranjeras con dirección a los mugrientos baños del estadio en el medio tiempo, con qué exótica nacionalidad se codeará en el próximo partido en casa. Cosas de la industria turística, oiga.

El Atleti ganó 4-0 un partido en el que jugó mejor que el rival, en el que recordó al Atleti que tenemos en la memoria tras ese año pasado de alegría continua y en el que metió más goles de los que uno hubiera esperado. Cuatro goles metió el Atleti y la sensación general era casi de perplejidad por el buen partido, la autoridad mostrada y sobre todo por la cantidad de veces que el balón acabó dentro de la portería rival.

 – ¿Perplejidad? Hay que joderse.

El resultado fue quizás excesivo, porque el Atleti no tiró a puerta muchas más veces que aquéllas que terminaron en gol;  curiosamente, la semana anterior el equipo había ganado en Almería por cero a uno tras haber tirado más de quince veces contra la portería rival. El fútbol tiene estas cosas y todos las conocemos; no obstante, cada vez que ocurren, el personal y la prensa especializada lanzan bombas de mortero en forma de conclusiones apresuradas que rápidamente se elevan a categoría de regla absoluta, única e incuestionable. Sin ir más lejos, hace poco más de una semana el Atleti no funcionaba en ataque y el equipo era varios niveles peor que el de la temporada pasada; probablemente a partir de mañana y hasta el miércoles al menos, el Atleti será un equipo temible que mete una barbaridad de goles demostrando pegada de aspirante y variantes ofensivas que ríase Vd de la Brigada Ligera. Sería demasiado inocente entretenerse en rebatir cada postura: en breve saldrán nuevas teorías sesudas pero fugaces, opiniones pasajeras con vocación de verdad absoluta y triste peso de plumón de pollo.

Hace dos semanas el Atleti era un equipo de cuatreros ultraviolentos que merodeaban los colegios para robar bocadillos a los infantes y pegar palizas a los jubilados mientras bebían moloko y escuchaban a Ludwing Van. Poco se tardó en desestimar este primer mito a base de estadísticas de faltas cometidas – normalmente menos que los rivales – pero, eso sí, recibiendo tarjetas amarillas como para llenar las maletas de los veinte o treinta rusos que hoy vuelven camino de Vladivostok con su bufanda rojiblanca al cuello, más contentos que Yeltsin en Sanfermines.  Cuatro días más tarde, el Atleti era un equipo de rufianes que tenían la poca elegancia de meter goles a balón parado, hombre por Dios, a quién se le ocurre, qué vergüenza más grande, a balón parado con niños delante, dónde vamos a llegar. Este debate, cogido con pinzas de depilar, ha prendido menos porque tampoco hay demasiado que rascar; eso sí, vale aún para que alguna lumbrera periodística lo use como coartada para justificar que, a pesar de haberse llevado cuatro goles en contra, en el fondo su equipo juega mejor que el nuestro.

Desconocemos cuál será el siguiente caballo de batalla de la prensa especializada, pero ya nos hace gracia de antemano. ¿Se acusará al Atleti de tener demasiados jugadores Géminis? ¿Lanzará la prensa una campaña de denuncia sobre la excesiva afición de la plantilla del Atleti al champú Moussel, Moussel de Legrain (¡para todos!)? ¿Desvelará de una vez por todas algún audaz tertuliano que Simeone come pulpo crudo y bebe agua del mar, como el malvado pirata Patapalo?

Locos estamos por saber cuál es la próxima, oiga, hagan el favor de no defraudar.

El Atleti hizo un buen partido contra el Sevilla, en línea con lo que se venía apuntando en los últimos encuentros. Quizás fue el mejor partido de la temporada hasta la fecha; el equipo fue más sólido en defensa que durante el buen partido contra el Celta y el irregular partido en Grecia, y también estuvo más acertado en ataque que en el aluvión sin premio de Almería. Jugaron bien los centrales y jugaron bien los laterales, con Ansaldi tomando ventaja clara en la carrera de la banda izquierda. Jugó bien Tiago, de nuevo magistral al cubrir los espacios, leyendo las jugadas rivales como si tuviera espías en las cabezas de los visitantes, anticipando el lugar al que va el balón, el hueco hacia el que va el desmarque. Jugó bien Gabi el tiempo que jugó, sustituido por un culpa de pisotón; Gabi fue el Gabi del año pasado, presionando alegre y rápido la salida del rival, algo más suelto para iniciar el asalto al tener en la línea de medios a la gran alegría de la noche, Saúl. Saúl, titular y convincente, estuvo trabajador, descarado, eficaz y goleador. Saúl dejó aroma a titularidad, a jugador utilísimo que puede jugar en varios puestos, a muchos minutos este mismo año y a carrera prometedora, nada que no sospecháramos ya. 

También marcó Koke, a quien vimos enfadado por primera vez – y con razón – gracias a un alarde de mal estilo de Emery, chusco y poco elegante al pedir a sus jugadores que no devolvieran un balón cuando Mandzukic estaba en el suelo; ver a Koke enfadado es algo así como ver a Iniesta rabioso, a Gabi perezoso o a Reyes participando en una mesa redonda sobre la obra de Ibsen y su influencia en la filmografía de Bergman. Jugó bien Arda y jugó bien Mandzukic, valiente y peleón con su máscara de lirón careto, ídolo ya de una grada que valora su arrojo para jugar con la nariz hecha un churro y entrenar a los pocos días de la fractura disfrazado de Míster Increíble. Mandzukic, que no marcó, se antoja uno de esos jugadores poco apreciados por los poco futboleros por no ser capaz de hacer bicicletas y taconcitos ni celebrar los goles con bailes ridículos o manifestaciones de egocentrismo bochornoso; sin embargo, tiene pinta de ser uno de esos tipos que lucen precisamente el día que faltan, días en los que el equipo se nota más incómodo, sin peso, sin combustión. Veremos.

Jugó la mar de bien Arda, colaboró Griezman en el rato que jugó (y le necesitaremos más que en los finales de los partidos) y jugó bien y marcó Raúl García.

– ¿Y el mexicano, oiga?

Ay, el mexicano.  El mexicano, que el sábado pasado se llevó una bronca por no dar una y de paso sirvió de excusa para crear una guerra entre la grada y Simeone que sólo existió en la cabeza de aquellos que sueñan con una guerra entre la grada y Simeone, salió con ganas de demostrar que puede jugar al fútbol, que a estas alturas era algo que se dudaba seriamente. A Raúl Jiménez le esperaba parte de la grada con la escopeta cargada y la otra parte con pétalos de rosa y un mariachi en formación de boda, para compensar el disgusto que los primeros podrían causarle al chiquillo.

Sabiendo la que se le venía encima, Tiago pidió a la grada que se le recibiera bien y Godín se afanó por atribuirle méritos en el gol y el penalti, gestos que honran a ambos y nos hacen pensar que por algo son capitanes. Raúl Jiménez, a todo esto, salió con ganas (que tampoco es algo como para ponerle su nombre a un parque público en Carabanchel, qué quieren que yo les diga), peleó, corrió, recuperó algún balón bien y le dio el pase a Griezman que acabó en gol. Por si fuera poco, metió un gol (bueno) y dejó la impresión de que si coge ritmo y abandona su galbana inicial, podría ayudar al equipo. No parece que esté para ser titular ni clave, pero sí para quitar minutos a los que tendrán que llegar frescos a los partidos grandes si queremos pelear las competiciones.

Ahora bien, una cosa es ganarse el respeto de la grada a fuerza de sudor y goles y otra hacer amago de besarse el escudo en su segundo partido en casa, pocos meses después de unos tweets que como mucho fueron sinceros y como poco, torpes. Gánese Raúl Jiménez a la grada trabajando y ayudando, bien, pero hágalo como un mercenario honesto. Podemos aceptar que crea que la grada es injusta e inoportuna por pitar a un jugador propio que conviene que lo haga bien, pero que no piense que la grada es tonta y desmemoriada. Si finalmente ve la luz y entiende dónde está y la verdadera trascendencia de lo que dijo, nos alegraremos, pero no parece que es algo que le haya podido pasar ya. Un consejo pues a los asesores de Raúl Jiménez: díganle al chaval que se tape un poco, que trabaje, que lea la historia del Club Atlético de Madrid y que siga trabajando. El resto, si debe llegar, ya llegará.

¿Y el Sevilla?, se preguntará el lector. Pues el Sevilla regular, la verdad. Según nos cuentan los sevillistas de pro, Emery renunció a la fórmula que le estaba funcionando hasta ahora y optó por superpoblar la defensa y la parte destructora del centro del campo, que es algo que suele hacer Emery, dado al amarre, cuando los partidos son duros. El Sevilla sacó un equipo que parecía de balonmano, lleno de jugadores grandotes y fuertes, quizás convencidos de que el único recurso del Atleti eran los goles a balón parado, más preocupados en defender que en pasarle balones a Bacca, desasistido y desconocido. Quizás Emery cometiera el error que cometen tantos aficionados del Atleti, esto es, creer que el Atleti es un equipo que no juega sino que hace faltas, pensar que sólo es capaz de meter goles a balón parado, tomar en fin por cierto lo que leen en los medios y en twitter sin preocuparse de ver los partidos ellos mismos y sacar conclusiones por sí solos.

Al Sevilla se le volvió a faltar al respeto desde la grada, aunque quizás menos que otras veces. Parece que la agria y artificial rivalidad que surgió hace unos años va remitiendo para alegría de los aficionados con gafas y gusto por la tapa de espinacas con garbanzos que poblamos la grada en mucho mayor medida de la que los aficionados enfadados y faltones creen. Que el Sevilla es un equipo potente y correoso al que alegra ganar por ser un hueso duro y un competidor directo es una cosa; de ahí a faltar al respeto e insultar hay un mundo.

El Sevilla es, por cierto, un equipazo capaz de reinventarse año tras año, forzado a vender a sus mejores jugadores a equipos más ricos y candidato a pesar de los pesares a hacer algo gordo cada temporada gracias a una buena política de fichajes y una afición que aprieta como pocas; sólo ya por eso merecería un recibimiento respetuoso. Que haya tenido presidentes encantados de buscar polémicas para echar cortinas de humo sobre su propia gestión delictiva es desde luego un problema. Que tenga un entrenador sobreactuado que pide con grandes gestos que no se tire un balón fuera para sacar de quicio a los rivales y embarrar un partido que va perdiendo por sus propios errores tácticos no ayuda. Que parte de la afición rival, como la nuestra, sea también dada al insulto y a la rima ofensiva (ofensiva tanto para el objeto del insulto como para las reglas de acentuación de la gramática española, se entiende), es una excusa pequeñita e infantil para justificar comportamientos poco elegantes.

Piensa uno que no estaría de más que el Calderón mostrase más respeto por los equipos que pelean en esta liga desigual en la que dos se reparten el pastel que otros, también el Sevilla y el Atleti, reclamamos. Sería desde luego más elegante, más coherente con lo que el propio Atleti reclama y más agradable para todos. Si luego en otros campos no hacen lo mismo y el Atleti es recibido a voces, eso ya sería problema suyo. Nosotros habríamos cumplido con nuestra parte, que es lo importante.