by Victor Hegelman
Seguro que hay un plan brillante detrás de todo lo que está pasando. Seguro que el problema es que no entiendo de gestión de clubes deportivos, y que, aunque entendiese algo, jamás me darían un premio de relumbrón con “Gestor del año”. Ni loco.
Por eso, seguro que algo no funciona bien en mi cabeza cuando no entiendo que en los últimos años el Atleti haya tenido que padecer un verano tras otro el abandono de alguna (o algunas) de sus principales estrellas (por este orden, y a título de resumen, Kun, Diego, Falcao, Diego Costa y Arda). Y no entiendo, será por mis cortas entendederas, cómo el club es incapaz de retenerlos y apagar el fuego (al menos a uno o dos, no sé). Qué cosas. Y lo peor no es que nos pase, sino que a veces ni lo vemos venir… Ocurre sin más. Como el arcoíris en Guadarrama.
Seguro, eso sí, que todo esto está pensado como parte de una estrategia de despiste por parte del otrora “Gestor del año”. Seguro que lo bueno es empezar la pretemporada habiendo vendido y sin haber comprado, al menos los recambios oportunos.
Seguro que lo mejor es hacer como que no nos enteramos durante todo el período estival y sorprender el último día del cierre fichando a “estrellas que marcan la diferencia” como Alderweireld, Gilavogui, Cerci…, y luego ver como no se comen un colín, o mejor dicho, se lo comen en el banquillo. Seguro que esta estrategia de compra desconcierta mucho. Conmigo al menos sí que lo consigue.
Seguro que hay un plan, el plan, para que vuelva Simeone tras unas largas vacaciones y se encuentre con que quedan millones de flecos por atar, sin tener ni idea de cuál será la plantilla con la que empiece la Liga. Seguro que algún gurú del liderazgo emocional, con sonrisa molona y gafas de pasta, ha asesorado a Gil Marín y le ha dicho que cabrear a tu salvador es bueno para tu futuro.
Y seguro que hay un plan, el plan nuestro de cada día, un plan profundo pero incomprensible para los que, como yo, son tontos y no se enteran. Ese plan, que consiste en que cada verano veamos cómo nos agujerean el bidón de la gasolina y esperamos a que venga la grúa, alguna grúa, a recogernos y a que nos entreguen al final un nuevo coche de sustitución con el que tirar un año más. Un coche, eso sí, igual o mejor que el que teníamos. Eso que no falte.
Alegría, hombre.