Toño Gota

 
Oh, Señor!, da a cada uno su muerte propia. 
Una muerte que derive de su vida, 
en la cual hubo amor, comprensión, y desinterés. 
Pues sólo somos la corteza y la hoja. 
Y la gran muerte que cada uno lleva en sí 
es el fruto en torno al cual todo gravita. 
 
 
Con seis versos le valía a Rainer María Rilke para reclamar a Dios el más grande de los actos de justicia: que Dé a cada ser humano su muerte exacta. Mi amigo se llamaba Juan Antonio Gota Lafarga, pero su nombre convivía con el de pelea que el barrio le puso desde niño: Toño. Toño Gota. De Huesca. Y del Atlético de Madrid. 
 
Seguramente no hubo alma tan perseguidora de sueños como la que animaba el paso de Toño Gota: un ciclón; un motor revolucionado; un infatigable. Un navegante de mares secos enemistado con el no y dispuesto a lo difícil por vocación. Alimentó escuderías automovilísticas desde Huesca, anda que he dicho Maranello, y así nació Gota Racing que fue a competir por los circuitos de toda Europa mientras crecía en sus instalaciones altoaragonesas la Universidad de la Mecánica. Fue también el directivo encargado de hallar recursos económicos para el equipo de baloncesto de la ciudad, pero leal a su vocación de desafiar lo imposible, lo fue cuando el club acababa de perder su plaza en ACB por falta de recursos, el desaliento y la frustración era lo que habitaban en el escenario de tanta arrebatada gloria reciente y darse a la tarea de salvar el escudo era emprender un maratón saharaui corriendo de espaldas y bien abrigado. Con un par. O más, seguramente. 
 
¿Cómo iba a ser de otro club? 
 
Del Aleti. A muerte. 
 
De los que sufrían por su bandera. De los que recitaban las alineaciones como una poesía aprendida en la infancia. De los que veía en cada jugador que salía con la nuestra, roja y blanca, a uno de la familia. Orgulloso en la distancia. Colchonero. 
 
Que el cáncer nace de los disgustos que nos deshacen por dentro, es la teoría del Doctor Hamer. Que el mal de los seres queridos se convierte en nuestro mal y su daño nos daña, hace tiempo que dejó de parecerme la tesis iluminada de un oncólogo germano atribulado por la muerte de su hijo; pasa a cada rato. Y pasó con Toño. Luego vino la enfermedad, tenía cincuenta años, hace uno. En su vitalismo cerrado, no se planteó la derrota final hasta una semana antes de que llegara. Cuando fue consciente de ello, entre los afanes últimos uno sobresalía: quiero llegar a la final de copa contra ellos. A fuerza de pulmón roto, aguantó. 
 
Juan Antonio Gota Lafarga llegó a la tarde del 18 de mayo de 2013. Tendido frente al televisor en la habitación del Hospital San Jorge, vio salir a los muchachos junto al Cholo Simeone, el hombre que había conseguido hacer un equipo que juega como jugaba él cuando llevaba la 14 del Atlético de Madrid. Y empezó todo. 
 
Cuando Courtois, a la salida de un córner, miró hacia atrás y vio la bola en la gatera, Toño sintió una punzada ¿dolor o desesperanza? y le vino a la cabeza el latiguillo: “Otra vez la misma historia” (cuando uno está atrapado puede confundir la historia -14 años- con la Historia -siempre-). Apagó la tele y se dejó llevar por el sopor. 
 
Con la primera hora de la mañana siguiente, atravesando el Cerro de San Jorge un poco antes de lo que últimamente tenía como costumbre, llegó a darle el abrazo de cada día su amigo Alberto Santafé. Bajo el brazo un regalo inaudito, maravilloso. Llevaba el ordenador portátil ¿qué, chavalín, no aguantaste hasta el final, eh? Un murmullo medio de disgusto y medio de falta de fuerza, fue la respuesta. Pues atiende y así vemos lo que te perdiste al dormir. Alberto no esperó otro comentario, dio a la tecla y acercó la pantalla a los ojos de su compañero de mil aventuras. De la bruma oscura de la pantalla amaneció entonces la hermosa verdad, un pase al espacio de Jorge ¡Resurrección! para Diego Costa, una carrera ganada por imperio y un disparo que cruzó área y vida para empatar. Gol gritado con el corazón y los ojos, sin garganta, sin aire. Gol de goles. 
 
koke_finalPor el pasillo de la planta de oncología de la Residencia Sanitaria San Jorge de Huesca voló el balón. 35 metros. A la altura de su frente, Toño la vio venir, giró el cuello y golpeó desviándola con la frente de Miranda. El de la victoria. El de la victoria. 
 
Juan Antonio Gota Lafarga vio como Koke se acercaba al centro del campo y plantaba la bandera roja y blanca en Chamartín. 
 
Luego cerró los ojos.
 
Jose Antonio Martín (Petón)