by Manuel Grandes
Los domingos que el Atleti jugaba en el Calderón eran para mí una fiesta. A media mañana, mi tío Manolo me recogía y me llevaba a su casa. Allí me esperaban mis primos.
Para mí, el “no va más” de aquellos domingos era cuando aquellas mañanas coincidía que el Atleti de balonmano jugaba en casa, a la sazón el polideportivo del Buen Consejo en horario matinal. Y es el balonmano el que me trae a la cabeza un momento imborrable para mí en el Calderón.
Yo estudié en los Maristas de San José del Parque y desde los once años jugaba al balonmano. Mi último año en el colegio ascendimos a primera federados (la liga escolar era una “mariconada”) y en el torneo de primavera nos cruzamos con el juvenil del Atleti que se habían proclamado campeones de Madrid. Nos batimos como bravos ante aquellos maromos, pero nos dieron “la del pulpo” y pese a ello, a mí, el portero de aquel equipo no me fue mal.
Paso el verano y en septiembre recibí una llamada de un compañero del equipo del cole que me preguntó si quería probar con el Atleti, donde él estaba, ya que uno de los porteros se había roto para tiempo y el entrenador le había preguntado por mí.
No sé si tuve más nervios que alegría. Jugar en el Atleti era mi sueño. Días después nos encontrábamos todos en las oficinas del Calderón para firmar nuestra ficha y recibir un pase para poder asistir a los partidos de fútbol del Atleti.
Cuando llegó el momento de firmar, Juan Canales que así se llamaba nuestro delegado, me hizo entrega del pase:
– No lo quiero, gracias.
– ¿Cómo?
Recuerdo a Carlos Peña que andaba por allí, que me miró con gesto de extrañeza.
– No, de verdad, si es que soy socio del Atleti, no me hace falta.
– ¿Has oído Carlos? ¡El portero es uno de los nuestros!
Y así fue. Uno de los nuestros ¡Qué bien suena! Fue un año magnífico, inolvidable.
Como aquella mañana en el Calderón en el que cumplí uno de mis sueños, jugar en el equipo de mi vida. Fichar por el Atleti.