Y el Manzanares desbordaba emociones

 

Carlos J. Treviño

 

Marcaban las siete de la tarde en la Casa del Reloj del Matadero, y el Matadero se llenó de vida. Allí, a orilla de un Manzanares que bajaba desbordado de recuerdos que se han vertido cauce arriba a lo largo de los últimos cincuenta años desde el Vicente Calderón.

Es imposible reflejar tanta emoción en los dieciséis paneles que componen la exposición “Del Manzanares al Calderón. 50 años de pasión”, sencillamente no cabe. Pero esas fotos y esos textos, permiten ahondar en la memoria del aficionado, rascar en sus corazones recuerdos, aflorar cincuenta años de vivencias, de alegrías, de victorias y también de sinsabores, claro, porque no se puede pintar la vida de blanco inmaculado, no es real.

Como el pasado miércoles afloraron las lágrimas en los ojos de nuestro Jose Eulogio en la inauguración de la exposición. Parecía como si Garate quisiera salpicar con su emoción las flores del córner de Pantic, o sacar brillo al escudo de Luis, ese que nadie ha de pisar.

Y afloraron también los recuerdos, todos los recuerdos, y las anécdotas, todas las anécdotas, y las vivencias, todas las vivencias, del lúcido corazón de Isacio Calleja. Ese es el legado que nos dejan todas las leyendas que han habitado el Calderón durante medio siglo: vivencias.

Allí, en ese imaginario Calderón que llena la Casa del Reloj, Adelardo ejerció una vez más como capitán, como siempre, porque Adelardo es y siempre será El Capitán, y acompañó en el saque inicial de esta exposición a Rodri a que nos explicara cómo se siente el mundo desde debajo de los travesaños del Calderón.

A estas cuatro estrellas: Adelardo, Calleja, Garate y Rodri, le faltaban tres para completar las siete que brillan en nuestro escudo. Y allí estaban el miércoles, reluciendo, tres de los mayores hitos que ha visto nuestro estadio: una Intercontinental que nos recuerda que ya tocamos lo más alto del cielo una vez, la liga de un doblete mágico e inolvidable y una Supercopa de España con sabor a deseo de victoria, el golpe en la mesa que clama que ninguna derrota, siquiera la más cruel, puede tumbar a este equipo.

Y allí, en la Casa del Reloj del Matadero, quedará hasta el 8 de abril ese resumen de cincuenta años de emociones con que Los 50 hemos querido celebrar las bodas de oro de nuestro templo. Conviene ir a verlo, a despertar los recuerdos, a seguir vertiendo al cauce del rio emociones pasadas y presentes. Si no lo haces, te arrepentirás, porque en unos meses, ese rio ya nunca volverá a ser el mismo, será más inerte, tibio, un falaz gran rio. Le faltará la vida que le derrama su afluente más vital, un afluente de roído ladrillo y frio hormigón que se nutre del caudal que brota de cincuenta y cinco mil neveros de pasión.